Saltarse la ley es hacer trampa

Cataluña: Lecciones escocesas, sin acritud

Cataluña: Lecciones escocesas, sin acritud
Un cartel a favor de la permanencia de Escocia en Reino Unido. BR

El referéndum escocés fue un seísmo que sacudió Europa, y especialmente España. Finalmente, la continuidad de Escocia en el Reino Unido ha tranquilizado a los inquietos mercados, alivió a todos los gobernantes de los países de la Unión Europea y ha establecido un marco relativamente estable en Gran Bretaña, condicionado al desarrollo autonómico prometido in extremis por los líderes políticos para parar la desafección. Ahora hay que ver las resistencias que aparecen en el Parlamento de Londres para cumplir lo comprometido.

En España, el resultado influye indirectamente en la pretensión soberanista planteada en Cataluña, pero no la desarticula. Y la autonomía será la moda de temporada en los países de la Unión Europea donde existen contenciosos pendientes y latentes. Pero los comportamientos de la clase dirigente británica serán un espejo donde se tendrán que ver reflejados todos los actores del proceso catalán.

Hay lecciones que no podemos evitar porque pueden ser de gran utilidad para el futuro.

La primera es que la soberbia de David Cameron, aceptando el envite soberanista cuando desde Escocia se planteó la alternativa del referéndum de independencia o ampliación de sus competencias, fue un inmenso error del primer ministro.

Entonces las encuestas daban claramente ganadora a la alternativa de rechazo a la independencia.

Luego, las cosas cambiaron. Y presos del pánico, se produjo la gira escocesa de los líderes británicos con promesas de última hora.

Merece la pena resaltar el papel jugado en esa campaña por el ex primer ministro Gondon Brown. Su discurso, basado en el patriotismo escocés de quienes querían permanecer en el Reino Unido, fue definitivo.

Ya no hubo equívocos y se estableció claramente que tan patriotas escoceses eran los que querían separarse como los que querían permanecer. Nadie podrá monopolizar la identidad escocesa en función de la pretensión de independencia.

Hubo respeto en el debate, con las tensiones propias de una campaña política, pero la ausencia de la pretensión monopolizadora del patriotismo enfrió la crispación.

La segunda lección imprescindible es que en la cultura democrática no se puede evitar la equiparación entre «democracia» y cumplimiento de la Ley.

En el proceso escocés, a nadie se le ocurrió que saltarse la ley para hacer prevalecer una consulta política, basada en un artilugio como el «derecho a decidir», era una posibilidad legítima y democrática.

La ley, su cumplimento, es la garantía y la exigencia de la democracia, la cual desaparece cuando se plantea la vulneración de la ley como un derecho. La ley es el reglamento de la democracia.

Saltarse la ley es hacer trampa. Situarse al margen de la ley, pretendiendo hacer prevalecer otro tipo de derechos frente a su cumplimiento, sitúa a quienes lo pretenden fuera de la democracia.

En tercer lugar, lo ocurrido en Escocia nos obliga a poner en valor el desarrollo de nuestro proceso autonómico.

Los nacionalistas escoceses solo plantearon la celebración de un referéndum legal por la independencia cuando desde el gobierno de Londres se les negaron algunas transferencias para gestionar temas como la sanidad, que en España están transferidos a todas las comunidades autonómicas.

Comparar las facultades de autogobierno existentes en las comunidades autónomas españolas con lo que ahora les ofrece Londres a Escocia evidencia el formidable desarrollo autonómico español.

También hay que señalar que pese a lo relativamente ajustado del resultado, a nadie se le ha ocurrido poner pegas a la victoria del «no» ni invitar a una desobediencia sobre el resultado.

El ministro principal de Escocia, Alex Salmod, se apresuró a reconocer el resultado, resaltó lo que habían conseguido con este proceso y procedió a presentar su dimisión para favorecer la gestión de la nueva situación creada en Escocia.

Por último, en una situación límite, complicada y tensa, nunca se ha roto el diálogo político y el respeto institucional. No se han quebrado puentes entre los partidarios del «si» y del «no», lo que hace posible la sutura de la heridas y las tensiones afloradas en este proceso.

Este pequeño vademecum de lecciones del proceso escocés debiera impulsar una revisión de nuestros modos democráticos y formar parte del paquete de medidas imprescindibles para la regeneración política de nuestra joven democracia.

Si los dirigentes españoles no actúan en consecuencia, no alcanzaremos la madurez de un marco político estable para la democracia española y no recuperaremos la confianza de los españoles en sus instituciones. ¡Casi nada!

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