Fernando Jauregui

Lo que aún nos queda de la vieja era

Las elecciones a la presidencia de la patronal han mostrado hasta qué punto la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE) sigue anclada en los viejos esquemas. No lo digo por la derrota del ‘nuevo’, el aspirante Antonio Garamendi: Ni, desde luego, tampoco porque Juan Rosell haya revalidado su puesto al frente de esta Organización, tras desbancar por apenas treinta y tres votos a Garamendi. Lo importante, a mi manera de ver, es que ambos mensajes eran más de lo mismo, cuando en España la pulsión del cambio vibra con especial virulencia cuando se habla de la vida laboral, de la empresa. Y de los sindicatos, claro está.

Lo diré claramente y de una vez: en nuestro país, ni patronal ni sindicatos se han modernizado lo suficiente, ni están entendiendo los cauces novísimos por los que deben discurrir las cosas. Ha muerto una forma de contratación, están en trance de expirar viejas iniquidades en el seno de la empresa, y los empresarios y los sindicatos se aferran a sus caducos principios y reivindicaciones: abaratar el despido, por un lado, muy en sintonía con la reforma laboral inicial de Fátima Báñez, y mantener los ‘privilegios’ de los trabajadores, por encima de la contratación de los que están parados, por el otro.

Francia, paradigma de lo que-ya-no-puede-ser nos está mostrando el camino, de la mano de un primer ministro valiente que ha decidido romper con una tradición de bienestar laboral desgraciadamente imposible. El mundo laboral hoy necesita de emprendedores, de autónomos sin miedo a serlo. O todo el andamiaje se nos vendrá abajo.

Hace tiempo que no escucho discurso innovador alguno procedente de la CEOE, de UGT o de CC.OO. Claro que hace tiempo que no escucho discurso innovador alguno, en este terreno, procedente del Gobierno. Creía, creo, que Rosell no podía seguir en el puesto: pues ahí sigue. Pensaba, pienso, que Cándido Méndez, un personaje sin duda honrado, pero que vive en el despiste, tiene que ser relevado con urgencia: pues, hasta 2016, nada. Como si este año que nos viene encima fuese a permitir abrir paréntesis y ganar tiempo. Me parecía, me parece, que la señora Báñez ha de ser relevada de su cargo en el Ministerio de Trabajo, sustituyéndola por alguien que traiga esquemas más occidentales, sin referencias a la legislación heredada del franquismo: pues ahí permanece, fiel a los deseos de Mariano Rajoy que consisten en no mover nada, aunque todo, a su alrededor, esté experimentando un giro casi copernicano.

Me considero un pequeño, muy pequeño, empresario. Jamás me sentí representado por la patronal acomodaticia, egoísta, de capitalismo al viejo estilo, que dice velar por mis intereses. Ni, como trabajador, me identifico con estos sindicatos ‘de clase’, que un día fueron míos. Por supuesto, con el Gobierno tampoco me siento identificado. Pienso que ya va siendo hora de que Mariano Rajoy, que es a quien, en ausencia de la sociedad civil, le toca, convoque unos nuevos pactos de La Moncloa, que primen de verdad la creación de empleo, un mejor reparto de las riquezas y un nuevo suelo para la convivencia laboral de los españoles. Ya sé, ya sé, que es mucho pedir. Desde luego, no seré yo quien les vaya ni a Rosell, ni a Méndez, ni a Toxo, ni a la señora Báñez, ni, me temo, a Rajoy, con estos planteamientos: no los entienden, sin más.

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