ANDRÉS ABERASTURI

«No voy a hablar ni de Monedero, ni de Errejón, ni de los vínculos que puedan o no tener con dictaduras deleznables»

Podemos: Una cosa es calar y otra empapar

"No voy a hablar ni de Monedero, ni de Errejón, ni de los vínculos que puedan o no tener con dictaduras deleznables"
Andrés Aberasturi.

Y el segundo detalle: "la oposición soy yo" es una frase desafortunada, con tintes absolutistas y que a quien más cabrea es, naturalmente, a la oposición y sus votantes

Para casi todos los comportamientos posibles de los hombres suele haber más de un tópico que los califica para bien o para mal, incluso en ocasiones para las dos cosas. Y no sé si se han dado cuenta los cerebros de Podemos pero se están acercando demasiado a la sutil frontera que separa la admiración de la hartazgo.

Y ese es un peligro grave cuando se han convertido en invitados perpetuos de todas las mesas.

Nada mas desaconsejable que sentirse -o caer en la trampa de creer a los palmeros que te rodean- indispensable, necesario, único y siempre protagonista; ya se ha repetido hasta la saciedad lo fácil que es morir de éxito y que de la misma forma que te ascienden a los cielos, te abandonen los mismos que hasta hace un poco te regalaban los oídos. Y es posible que a Podemos le empiece a pasar/pesar un poco eso.

No voy a hablar ni de Monedero, ni de Errejón, ni de los vínculos que puedan o no tener con dictaduras deleznables; es más: doy por sentado que los posibles problemas fiscales del primero o el presunto enchufismo del segundo son «peccata minuta» si se comparan con lo que está cayendo en los de siempre.

Pero dicho esto, lo que no vale es que Podemos hable de conspiración: se han metido en política -y con éxito- y ya deberían saber -porque ellos lo practican- que en ese deporte no hay ni reglas ni cortesías.

Y por ahí empiezan mis sospechas sobre lo difícil que es digerir el éxito repentino y clamoroso de unas elecciones europeas y de unas encuestas de intención de voto. Como profesores que son todos de política deberían saber que los comicios al Parlamento Europeo son juego en el que nadie cree demasiado, ni los europeos ni los partidos.

Una pena, lo comprendo, pero es así. Y sobre las encuestas en intención de voto se han escrito gruesos volúmenes que ponen de manifiesto su volatilidad, su hipocresía y su freudiana liberación de un inconsciente que a la hora de la verdad no se muestra como parecía.

Podemos estuvo mal cuando sacó a relucir a don Pantuflo una y otra vez para insultar o mofarse de un periodista: no es cuestión de defensa profesional, es que la gente al tercer «don Pantuflo» empezó a pensar que ya estaba bien, que si no tenía otra cosa que decir y no era fácil imaginarse a Felipe González o a Anguita usando y abusando de un recurso tan facilón.

Y si el califa de IU hizo famoso su «programa, programa, programa» es porque lo utilizó con sutileza y sólo cuando era necesario. Lo de «la casta», que estuvo bien al principio, ya cansa un poco, la verdad, y convendría dosificarlo.

Lo mismo que lo del asesino de Kennedy o el toro que mató a Manolete: se dice una vez y puede pasar; cuando se va con la lección aprendida y se repite y se repite machaconamente, en lugar de calar, empapa.

Y dos detalles más; el lenguaje no verbal de un Pablo Iglesias con los brazos abiertos y reposando en la cabecera de su sillón, te lo prohíben en primero de comunicación so pena de que quieras aparecer ante la audiencia como un creído prepotente.

Y el segundo detalle: «la oposición soy yo» es una frase desafortunada, con tintes absolutistas y que a quien más cabrea es, naturalmente, a la oposición y sus votantes.

Podemos por ahora solo tiene intenciones pero no votos para uso del Congreso de los Diputados.

Adelantarse a los acontecimientos nunca ha sido una buena receta y contradice además la humildad con la que hasta ahora habían recogido los datos de las encuestas sus propios líderes.

Tal vez las cosas están pasando demasiado deprisa y aunque no soy nadie para dar consejos, no sería mala idea encerrarse en una clase de la facultad y reflexionar sobre lo efímero y contradictorio de las cosas de este mundo y cómo un círculo, si no cambia, puede terminar mareado y aburriendo a la concurrencia.

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