Este 27 de marzo de 2015, escribe David Gistau en ABC una columna titulada ‘Juego de espías’ en la que arranca diciendo:
Un artículo de Pedro G. Cuartango, cuyo criterio para los libros es infalible y con quien comparto diversas fascinaciones, me incitó a leer la biografía de Kim Philby y demás espías del círculo de Cambridge recién publicada por Ben Macintyre.
Añade que:
Producciones literarias y cinematográficas recientes sugieren que existe cierta añoranza de la Guerra Fría. De los antagonismos ideológicos. De esos sofisticados juegos de espías que empezaron durante la 2GM y que en el libro de Macintyre están perfectamente reflejados por la costumbre de los jefes de estación de la Abwehr nazi y del MI6 de enviarse mutuamente botellas de champán cuando concidían en los bares lujosos de Estambul.
Y concluye que:
Mientras nos estremecen el nihilismo y la barbarie religiosa, nos hemos puesto a añorar el tiempo en que llegaba a la mesa una botella de champán y la enviaba el enemigo, en que el espionaje era el crucigrama del Times en su versión más exigente.