Este 27 de marzo de 2015, escribe Salvador Sostres en El Mundo una columna titulada ‘La bibliotecaria’ en la que arranca diciendo:
El viernes de la semana pasada, a la salida del colegio, llevé a mi hija a una biblioteca pública, en insensato seguidismo de otros padres de la clase de Maria que así procedían. Por lo visto a las 18h un hombre iba a contar algunos cuentos. A mi hija le encantan los cuentos y pensé que estaría bien. De hecho estuvo bien, el tipo estuvo bien, y la niña salió encantada.
Añade que:
En la pared del baño de la biblioteca que reclama silencio en la zona infantil de comic books y juegos, en el baño de la biblioteca de la bibliotecaria estricta, mitad Idoia, mitad chacha, había colgada una máquina dispensadora de preservativos. Éste es el modelo de biblioteca pública: mala leche contra los niños y condones en el lavabo.
Y concluye que:
Yo creo que lo que a la bibliotecaria le sabía mal era ver a un padre feliz con su hija. Hay un resentimiento de fondo y es un resentimiento terrible. No hay nada que ofenda tanto a una funcionaria resentida como el sagrado esplendor de la Familia.