Este 31 de marzo de 2015, escribe Rosa Montero en El País una columna titulada ‘Hay otros’ en la que arranca diciendo:
Llevamos una semana escarbando en el aterrador dolor de la tragedia aérea. Y del sufrimiento principal se van desgajando otros sufrimientos secundarios. Por ejemplo, cada vez que un medio titula a toda página con la depresión del copiloto, me parece escuchar cómo se remacha un clavo más en nuestro inmenso prejuicio a los desequilibrios psíquicos.
Añade que:
Por todos los santos, ¿ahora también los depresivos se van a convertir en apestados? ¿Y después quiénes más? ¿Los tartamudos? Según la OMS, el 22% de los humanos sufrirá en algún momento de su vida una dolencia psíquica (yo la he tenido: crisis de angustia). Una proporción altísima.
Y concluye que:
Pero cuando usamos la cruel simplificación del loco nunca pensamos en ellos. Lubitz no tiró el avión por su depresión, sino porque era incapaz de sentir compasión. Porque era malo. Pobres padres.
