Andrés Aberasturi

No podemos hacer esas ostentaciones porque resultan obscenas

No podemos hacer esas ostentaciones porque resultan obscenas
Andrés Aberasturi. PD

En la última reunión del G-20, la cumbre de Antalya el pasado domingo, una foto de Kayan Ozer distribuida por la agencia EFE, nos mostraba la «cena de trabajo» de los poderosos representantes del pueblo -no en todos los casos, claro- en una mesa cuadrada decorada con pulcritud, bandera, flores y aparatos de nuevas tecnologías.

El instante que recoge la foto es precisamente cuando treinta y dos camareros con chaquetillas blancas sirven un plato, todos a la vez, a los esforzados trabajadores de la cena; lo hacen como mandan los cánones: la mano izquierda en la espalda y la derecha colocando las viandas frente a los comensales trabajadores. Tocan, por lo que se ve, a más de camarero por líder a no ser que los mandatarios del mundo hayan sentado a algunos pobres a su mesa, que parece que no.

Tendría el lector que ver la foto porque produce cierta desazón. Comprendo que muy fácil deslizarse hacia demagogia y no quisiera, pero siempre me he preguntado si es del todo necesaria esa ostentación, ese exceso de estética cuando de lo que se supone que hablan de recuperar una cierta ética que cada vez más brilla por su ausencia.

No lo sé; imagino que cada país que acoge al grupo de poderosos quiere quedar bien ante el mundo y al final las reuniones del G-20, todas las grandes cumbres que se sabe van a tener una repercusión mediática, terminan por parecerse mucho al festival de Eurovisión.

A ver, que no digo yo que se junten en un adosado o en una nave del polígono más cercano, pero ¿de verdad se necesitan treinta y dos camareros? Y ese es el detalle que me ha llevado a la reflexión; bendito sea el salario que se ganaron ese día cada uno de ellos, que las cosas en Turquía tampoco están para despreciar jornales. Pero me parece metafórico; esta foto me parece exagerada pero hay otras que resultan indignantes.

Me refiero a los foros contra el hambre, contra la pobreza; frente a cada invitado de lujo para terminar con la pobreza en el mundo, hay botellitas de distintas aguas minerales, zumos variados, platos con finos bollos y pastelitos, te a o café (también se debe admitir el poleo-menta) y demás delicias para hacer más llevadera las cansadas reuniones en las que se repasan las hambrunas de los pueblos, el número de niños malnutridos, la madres que fallecen en los partos.

Por ahí ya no paso. Y no entiendo que a nadie se le haya ocurrido a estas alturas que así no vamos a ninguna parte, que no podemos hacer esas ostentaciones porque resultan obscenas se miren por donde se miren. Ya sé que es lo de menos, que no va a ninguna parte, que exagero.

Pero a lo mejor sí es importante, a lo mejor un espectáculo más decoroso nos llegaría a convencer de que realmente les preocupa de verdad lo que están discutiendo. La gente normal debemos ser muy raros, pero a mí se indigestaría el estómago si tuviera que hablar de la pobreza, de los refugiados, de los muertos frente a tanta exquisitez y con un camarero a mi servicio excuslivo.

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