Graciano Palomo debate en su columna sobre la campaña electoral de las generales del 20 de diciembre de 2015.
Los sucesos de Francia, con su impacto brutal y global, han oscurecido el debate doméstico tan desgarrador, caro e insolvente. Incluso el agobiante tema catalán ha quedado reducido a lo que realmente es un sueño equinoccial: los hechos de París han venido, entre otras cosas, a confirmar lo pequeño que se ha hecho el mundo.
Sin embargo, el 20 de diciembre está ya a un tiro de piedra con toda su enorme carga política y su capacidad para decidir nuestro futuro en los próximos cuatro años. Ignoro a quién favorecerá -si es que favorece- el actual estado de cosas, pero hay un hecho cierto: no son estos tiempos para bromas.
Precisa que:
El 20-D se decide si habrá un tiempo para que impere el sentido común o si por el contrario se abrirá un periodo donde el más grande será el que tenga la boca más amplia. Sabremos si los españoles valoran su ancestro como pueblo o si por el contrario decidimos poner en almoneda todo lo vivido.
Lo que decidan las urnas será inapelable. Como tiene que ser en mera lógica democrática. Incluso aunque puedan ganar los embaucadores que prometen sentarnos en un jamón pata negra y comer de otro. Lo que una inmensa mayoría del pueblo español demanda parece estar claro, hoy como ayer. Paz, libertad y trabajo. Trilogía que se describe antes que se consigue.
Y remacha:
Mariano Rajoy se ha puesto las botas de marcar goles en el último tramo del partido cuando vio las orejas al lobito tras los fiascos de las municipales y autonómicas. Pedro Sánchez hace lo que puede cuando ni siquiera le ha dado tiempo de hacer la pretemporada. Albert Rivera es consciente del ahora o nunca, y a Iglesias Turrión la pompa se le estalla antes siquiera de que pueda autoamarse aún más. ¡Que ya es difícil!
Tengo para mí que no ha habido una elección general desde la restauración democrática en la que los ciudadanos tengan más claro de qué va cada político mendicante del voto.
Ahora es ese conjunto de ciudadanos que conocemos como pueblo el que decide en qué carro se sube o con qué cuerda se ahorca. Es sencillamente la responsabilidad de ser libres.
