Titula Jorge Bustos su columna en ‘El Mundo’ este 1 de diciembre de 2015 «¡Viva la telecracia!» y va del festival televisivo en el que han entrado los candidatos en vísperas de las elecciones del 20-D:
- Sería interesante estudiar dónde hay más traición a uno mismo: en la genuflexión del burgués Mas ante los anarcas de la CUP, en la centralidad de Iglesias respecto de su extremismo ideológico natural o en la claudicación de don Mariano a los requerimientos televisivos.
- De las tres traiciones, a mí la que más me sorprende es esta última. Soñaba con que don Mariano llegara virgen de platós a las elecciones, lo que habría deparado la primera campaña rompedora en mucho tiempo -un candidato resueltamente analógico en plena telecracia-, pero al final no ha logrado imponer su vocación cenobita al cálculo de Moragas.
- Esta semana veremos a ese imposible telegénico que es Mariano Rajoy en La Sexta, en Telecinco por dos veces y en TVE con don Bertín Osborne.
- De lo de Rajoy con Bertín sólo me da rabia que lo emita la pública: yo habría pagado por ver semejante espectáculo en Yomvi, a falta de la Champions.
- Noto a mi alrededor (mi alrededor es una placenta catódica donde nadamos los tertulianos) mucho aspaviento a propósito de la campaña pop que se avecina. Como si el poder y la tele no casaran como el café y la leche desde Leni Riefenstahl.
- Como si no estuviera muy diagnosticada ya la mutación posmoderna del sujeto político (pueblo) en sujeto mediático (público). Como si la anécdota no hubiera relevado a la categoría, y un debate interesante entre Rivera e Iglesias no hubiese quedado reducido a postureo kantiano en las redes sociales.
- Como si los políticos no fueran representantes calcados de los ciudadanos, que caminan tropezando entre sí por tener la vista abismada en una pantalla: ¿y cómo sino a través de una pantalla van a colocarles el mensaje los candidatos desesperados por captar su atención? Puede que una persona no se merezca su genética; pero la población de una democracia siempre se merece su política.
- Opción A: sustituir la democracia por una epistocracia que premie el voto del elector que gasta en lecturas reales de Kant el tiempo que la masa dilapida en el prime time. Opción B: intercambiarnos por daneses hasta el 21-D. Opción C: aprender a querernos con nuestros defectos.