Pepe Oneto

Lo que supone tener… “Jilgueros en la cabeza”

Lo que supone tener… “Jilgueros en la cabeza”
Pepe Oneto. PD

Acaba de salir, es la primera novela de una profesora, licenciada en Filosofía y Letras, Carmen Guaita, interesada en la calidad y en la ética de la enseñanza, eso de lo que tanto se habla, y poco se hace y ha dedicado toda su vida al contacto con las nuevas generaciones.

Es isleña, de la Isla de León (San Fernando, Cádiz), como este cronista y me tropecé con la novela, por pura casualidad .Y la verdad es que sólo el título me atrapó: «Jilgueros en la cabeza». La empecé a leer la misma noche que la recibí y tengo que decir que me enganchó desde el principio, desde esa reproducción de uno de los arias de la ópera «Norma» de Bellini (hay que decir que cada capítulo reproduce algún fragmento literario de algún aria de ópera), ese aria, Casta Diva, que es una gran invocación a la Luna.

Y digo desde el principio, desde que esa cigüeña de pico acaramelado, dejó caer a Eulalia Requena, la protagonista, como si fuera un fardo sobre la montera del patio de la Casa Grande, después de haber sobrevolado el cielo blanco de San Fernando y de la calle Ancha.

Me enamoré de la historia, de los personajes, de una familia heredera de la guerra civil, de la que nunca se hablaba, que había diezmado el país de hombres, y del mundo interior, de toda una saga familiar con la que te identificas y a la que inevitablemente, por el cariño con la que es descrita, le coges un especial afecto y cercanía.

Sobre ese fascinante personaje que tiene «Jilgueros en la cabeza», sobre su rico mundo interior lleno de recuerdos, de nostalgias, de lecturas, de libros más que leídos, casi estudiados, de imaginación desbordante, está construida la novela de esa profesora preocupada por la calidad de la enseñanza y la ética, que se llama Carmen Guaita.

Sobre Eulalia Requena, su mundo y su familia, sobre sus tías Petra, Mercedes, Paca y María, sus abuelos Miguel de los Arcos y Lala Montemolin, sus padres Lalita y Máximo, César su amor frustrado, Miguel Strogoff su amor romántico de niña solitaria en la Casa Grande a donde llegó un día de 1960 cuando la cigüeña hizo lo que hizo, sobrevolando la montera de la Casa Grande, su entorno de niña precoz, con jilgueros en la cabeza, su mundo radiofónico de gran comunicadora, sus angustias sentimentales, sus arias de ópera que dan a cada capítulo una sintonía especial y, hasta un sonido especial. Y, con las que vibras y te entristeces como si realmente las oyeras.

Tengo que decir que esta primera novela de Carmen Guaita, excelentemente escrita, perfectamente construida desde el espejo de un mundo que refleja con gran sencillez una sociedad, una época, unos personajes llenos todos, salvo alguna que otra excepción, de una bondad innata, de una belleza interior, es el anuncio de que tenemos ante nosotros a una gran novelista, a una narradora minuciosa que es capaz de construir con palabras y sentimientos, una gran historia. Una historia llena de belleza, de personajes entrañables, de situaciones que recuerda a una niña solitaria y sobre todo «novelera». Porque si algo tiene esa Eulalia Requena, es el sentido de la «Novelería», su imaginación y su sensibilidad, porque siempre tuvo «Jilgueros en la Cabeza», y porque nunca olvidó el pueblo en que nació, la Casa Grande en que vivió, los lazos familiares que conservó y el mundo en que se crió.

Decía Stendhal que una novela es «un espejo a lo largo de un camino». «Una novela -decía en el prólogo de su obra «Rojo y negro», ejemplo de obra psicológica y, sobre todo, realista – tan pronto refleja el azul del cielo ante nuestros ojos, como el barro de los barrizales que hay en el camino. ¡Y el hombre que lleva el espejo en el cuévano será acusado por ustedes de ser inmoral. Más justo sería acusar al largo camino donde está el barrizal y, más aún, al inspector de caminos, que deja el agua estancada y que se formen los barrizales».

He citado el realismo de Stendhal porque de alguna forma me ha trasladado al realismo de Carmen Guaita, a ese mundo que ella describe con tanta precisión, con tanta dulzura (nada que ver con esa agresividad y dureza de Stendhal), con tantos detalles tan precisos y hermosos. Sin embargo, ese ejemplo tan revelador de la «novela como espejo» es lo que le hace, a nuestra autora conectar con el autor de «Rojo y negro» y con toda una corriente de realismo literario, probablemente sin ella pretenderlo.

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