Laureano Benítez Grande-Caballero

En España empieza a amanecer

El pueblo español ha comenzado ya a movilizarse contra los radicales que pretenden destruir los valores cristianos que han constituido parte esencial de nuestra historia

En España empieza a amanecer
Laureano Benítez Grande-Caballero. PD

Como era de esperar, las hordas radicales ateas que gobiernan un conjunto de localidades en España han aprovechado la Navidad para mostrar su intolerante anticlericalismo, su aberrante laicismo multicultural, su odio cerril y montaraz a todo lo católico. Ya no se lleva eso de quemar iglesias y matar sacerdotes, pero estos impresentable cimarrones han recogido el testigo de las persecuciones religiosas de hace 80 años, en un ejemplo superlativo de que no olvidan, de que el virus anticatólico que había permanecido encapsulado sigue activo, provocador, cojonero.

No es de extrañar, porque aquella orgía de sangre y fuego de los años 30 fue un holocausto de tal magnitud, que, según Hugh Thomas, «en ninguna época de la historia de Europa, y posiblemente del mundo, se ha manifestado un odio tan apasionado contra la religión y cuanto con ella se encuentra relacionado». De la misma opinión es el historiador Stanley Payne. Esta persecución religiosa se cobró la vida de de doce obispos, cuatro mil sacerdotes y más de dos mil religiosos. Si a esto le añadimos los civiles que fueron asesinados por motivos religiosos, la cifra total está en torno a las 10.000 víctimas.

Andrés Nin, el líder del POUM, declaró en un mitin del 1 de agosto de 1936 que «la clase obrera ha resuelto el problema de la Iglesia: sencillamente no ha dejado en pie ni una siquiera [iglesias] (…) hemos suprimido sus sacerdotes, las iglesias y el culto». En esta horrenda declaración hay que ver el copyright de la nauseabunda frase que usan a veces los descerebrados giliateos: «La Iglesia que mejor ilumina es la que arde».

El 15 agosto de ese mismo año, en un artículo en «Solidaridad Obrera», órgano de expresión de la CNT, se exponía en toda su crudeza la intransigencia anticlerical del movimiento revolucionario: «Los templos no servirán más para favorecer alcahueterías inmundas. Las antorchas del pueblo las han pulverizado (…) Las órdenes religiosas han de ser disueltas. Los obispos y cardenales han de ser fusilados. Y los bienes eclesiásticos han de ser expropiados». Terrorífico.

En este anticlericalismo patológico no hay que ver solo una manifestación de su ateísmo militante y enfermizo, ya que a éste hay que sumarle el ingrediente de su feroz antiespañolismo, desde el cual también persiguen a la fe cristiana por haber sido uno de los pilares más fundamentales que han conformado nuestra identidad a través de la historia.

Es así como un puñado de horteras lenintoides que han okupado algunos ayuntamientos en España puño en alto pretenden destruir nuestra nación minando subversivamente nuestros principios católicos. Lo que no consiguieron los ejércitos enemigos, las sociedades secretas, las huestes infernales, las persecuciones de los revolucionarios de turno, pretenden conseguirlo ellos, con sus bufonadas provocativas y su ridículo histrionismo henchido de autoritarismo fascista y progrerío estúpido, que busca fastidiar a un pueblo mayoritariamente católico celebrando una Navidad laica a base de escamotear belenes, mofarse de la cabalgata de Reyes dándole un toque feministoide, quitar símbolos religiosos para poner en su lugar adornos laicos, y programando fiestas paganas de otras culturas -solsticios druídicos inclusive- paralelamente a la Navidad para proclamar, con el pretexto de esta multiculturalidad, que todas las creencias son iguales, y diluir así el espíritu religioso navideño.

Algunas provocaciones entran de lleno en el esperpento y el escándalo. Como el caso del impresentable alcalde socialista de Villamanrique de la Condesa – un pueblo rociero donde los haya-, un tal José Solís de la Rosa, que ha cometido la payasada de utilizar versos del Corán para saludar a sus vecinos por Navidad, utilizando citas con los que pretende ensalzar «la tolerancia religiosa que siempre ha mantenido el Islam» (sic).

Y yo me pregunto, ¿qué hemos hecho en este desgraciado país para tener a gente como ésta, al más puro estilo Willy Toledo?

Pero no todo queda en persecuciones indirectas y solapadas, ya que estos energúmenos anticatólicos, envalentonados por el espíritu revanchista que se vive en España, por el sacrosanto derecho a la «libertad de expresión», por la permisividad de las autoridades y la impunidad jurídica, cada vez protagonizan más actos vandálicos contra manifestaciones católicas, como sucedió con la destrucción el pasado 24 diciembre del belén de los jardines de la Taconera de Pamplona, hecho al que hay que sumar, entre otros muchos, el incendio -del que se sospecha fundadamente que fue provocado- que destruyó el belén municipal de Villa del Prado (Madrid) causando daños en la fachada del Ayuntamiento. Junto a esto, los cada vez más frecuentes ataques de musulmanes a iglesias y la multiplicación de profanaciones y blasfemias conforman un cuadro de auténtica persecución.

Casi consumida ya las fiestas navideñas, ahora le toca el turno a la Semana Santa. Ya lo había profetizado en un artículo anterior, pero confieso que no me esperaba tanta rapidez por parte de la caterva atea que desgobierna la capital de España.

Resulta que el Ayuntamiento de Madrid va a subvencionar la celebración del Año Nuevo chino y el Ramadán musulmán de 2016 con la misma partida presupuestaria que dedicará a la semana Santa: 150.000 €. Esta medida supone de hecho la equiparación de estos tres acontecimientos, que los podemitas colocan al mismo nivel, en una prueba más de su obsesiva multiculturalidad, que, aliada a su también perturbador laicismo, no es sino una tapadera para justificar el anticlericalismo visceral que los reconcome.

Dado que no pueden quitar las subvenciones a las celebraciones litúrgicas cristianas -que es lo que el fondo desearían-, optan por esta bufonada indignante, que es un insulto más a los ciudadanos madrileños.

La población del municipio de Madrid solamente cuenta con un 6% de población musulmana, y un 8,7% de chinos, mientras que del resto un 70% se considera católico. Equiparar esto es un acto de absoluta estupidez, una provocación en toda regla a la que espero que los madrileños respondamos con contundencia. Se condena a muerte en muchos países musulmanes celebrar la Navidad, y nosotros les subvencionamos sus ramadanes con nuestros impuestos.

Pero algo se empieza a mover en este país, pues se perciben ya unos brotes verdes esperanzadores en un pueblo que está ya muy harto de esta chulería atea que pretende provocar a los católicos: el alcalde willytoledano de Villamanrique ha sido fuertemente contestado por una población indignada, que también reconstruyó los belenes de la Taconera y Villa del Prado; indignación que también movilizó masivamente a los pamploneses que emprendieron acciones legales a través de «Abogados Cristianos», de la campaña de «MasLibres» y del Defensor del Pueblo de Navarra para pedir responsabilidades legales y cerrar la exposición blasfema «Desenterrados» -que consintió el ayuntamiento de Pamplona, gobernado por el mismo Bildu con el que pactó Podemos-, que pretendía hacer una denuncia a la Iglesia con hostias consagradas robadas por el autor del diabólico experimento.

Y realmente es emocionante que un grupo de jóvenes creyentes colocara hace algunas noches un belén en la puerta de Alcalá, para reivindicar una Navidad cristiana, algo que también hicieron los manifestantes madrileños que se concentraron frente al Consistorio mostrando una pancarta que rezaba: «¡Es Navidad! Niño Jesús Welcome».

Si, algo se está moviendo en nuestro país: el pueblo se está poniendo en pie, dispuesto a devolver golpe por golpe, a no dar cuartel a la jauría anticatólica que pretende intimidarnos. Todavía son grupos minoritarios, pero nos marcan el camino, nos animan a sumarnos a la batalla, como vanguardias que iluminan con su ejemplo la tenebrosa noche en que nos quieren sumir los ejércitos de las sombras.

El 6 de agosto de 1875 el Palacio de Carondelet en Quito fue escenario del asesinato del presidente católico Gabriel García Moreno. Llevaba en la mano un legajo de papeles y éstos quedaron ensangrentados tras el ataque. Los asesinos gritaban «libertad» y le acusaban de tirano. Mientras agonizaba se le escuchó clamar: «Dios no muere».
Sí: Dios no muere. Tampoco morirá nunca España. Porque en España empieza a amanecer.

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