Laureano Benítez Grande-Caballero

¿Gobierno progresista?: No, gracias

Bajo el programa de un «gobierno progresista» se oculta el deseo de la izquierda por destruir nuestras tradiciones, valores y principios

¿Gobierno progresista?: No, gracias
Laureano Benitez Grande-Caballero. PD

Ya me lo esperaba, pero no por eso dejó de ser irritante, cansina y malsana la pertinaz insistencia de Sánchez en hablar de su pretensión de formar un «gobierno progresista» durante sus negociaciones con otros partidos. Dale que dale con la palabra «progresista», que recita como si fuera un mantra, aunque también podríamos decir más prosaicamente que es una palabra que mastica como si fuera un chicle.

¿Qué entenderá el señor Sánchez por progresista? ¿Querrá decir que su programa «lava más limpio que el del PP», manchado de corrupción? Pues ERE la grasia: a mí que me expliquen cómo puede hablar de progreso un señor que es el líder de un partido que lleva gobernando Andalucía desde la época de los dinosaurios, una comunidad que ostenta el récord europeo de parados, sin que tantos años de gobierno hayan servido para bajar del horrendo 34% de desempleados que ostenta hoy mi Andalucía natal.

Las batallas más significativas de la política tienen el lenguaje como escenario, y esa guerra hace ya mucho tiempo que la ganó la izquierda, que arrebató la palabra «progresista» a la derecha, a la que solo le quedó el término «conservador», el cual, con el paso del tiempo, ha pasado a ser un mero eufemismo del denostado «facha», acrisolado en las retortas del antifranquismo.

Ha sido una jugada maestra, sin duda, pues aun al más lerdo entendedor de política eso de «progreso» le suena como música celestial, como maná caído de las altas esferas, como bonoloto apoteósica bañada en champán, pues apunta a un horizonte arcádico en el que las cosas cambian a mejor, la gente vive feliz, los países se modernizan, y se promocionan los derechos de los ciudadanos. Incluso su diminutivo -«progre»- tiene ciertas resonancias chistosas, más que despectivas, que no producen la misma animadversión que «facha», verdadero insulto con el que hemos pasado de la caverna nacionalcatólica al aquelarre nacionalpopulista -y perdón por lo de nacional-.
Yo resumiría el progresismo en dos palabras: más gasto y más derechos.

Así, tenemos que la creación de riqueza por los partidos de derecha no es un progreso, ya que éste consiste en el despendole de ver cómo se la funden los partidos de izquierda repartiendo subvenciones como quien prorratea aguinaldos y propinas tipo «cheques bebé». Tampoco es progresista la creación récord de puestos de trabajo que ha protagonizado España en el último año, pues lo que realmente nos hará progresar es tirar abajo la reforma laboral que ha favorecido la mejora en el empleo.

¿Que la prima de riesgo ha bajado desde los 640 puntos del postzapaterismo hasta los poco más de 100 puntos de la prima actual?: pues tampoco eso es un progreso, mire usted, ya que lo progresista es endeudarse más y más, disparando el déficit, que ya Europa nos lo perdonará.
Como vemos, es muy fácil ser progresista: consiste en tirar la casa por la ventana, en dilapidar los dineros que otros han creado, y, lejos de agradecer muy reconocerlo, llamarles «fachas». Y es que, en el fondo, no hay nada más progresista que la carroza de la Cenicienta.

Para progresista, el ZP, al final de cuyo desastroso gobierno se nos bajó el sueldo a los funcionarios, se nos quitó la paga extra, se nos disparó la prima de riesgo, y provocó tal ruina que estuvimos en un tris de ser intervenidos.

El otro ingrediente de esta profecía es anatematizar los deberes y exaltar los derechos, ideología cancerígena basada en el famoso virus del «tolmundoegüeno», que también se podía expresar con aquello del «caféparatodos» tan zapateroprogresita. Es decir, que todo buen gobierno progresista que se precie debe reducir al mínimo el principio de autoridad -esencial de todo Gobierno- para que cada cual haga lo que le venga en gana -sea blasfemar o silbar el himno, que eso es libertad de expresión-, y además subvencionar esta perniciosa acracia, porque otro derecho maravilloso es el derecho a que me mantengan.
Pero ya lo decía Gandhi : «En la actualidad la gente sólo se preocupa por sus derechos. Recordarle que también tiene deberes y responsabilidades es un acto de valor que no corresponde exclusivamente a los políticos». Y también se debe a él esta frase terminante: «Todo derecho que no lleve consigo un deber, no merece que se luche por conseguirlo».

En mi opinión, la palanca con la que los «progres» quieren mover -«cambiar», como les gusta decir- España es su atroz cobardía: como saben que no podrán cambiar ni «progresar» nada, pues son lacayos del gran capital que maneja los mercados, y que no les dará ni para pipas si se le hinchan las narices con gobiernos progresistas; como son siervos de las élites financieras internacionales, súbditos babosos del capital, limpiabotas y tiralevitas de los oligarcas que los pondrán en el Gobierno para que nos den otra vuelta más de «tuerka» en la crisis que viene -cuyos nuevos y más draconianos recortes aceptará «la gente» sin rechistar, ya que les serán impuestos por «los nuestros»-; como cobardemente bajarán la cerviz ante la mafia globalista que conspira para destruir nuestro país en el altar del NOM, los «gobiernos progresistas» -estén en el Congreso, en los Ayuntamientos o en las Autonomías- cambiarán con sonrisa triunfal y ante taquígrafos el nombre de algunas fachacalles, acosarán más a los taurinos, amenazarán a los católicos con privarles de fondos y quitar la religión de las aulas, organizarán kabalgokupas y solsticios paganos, arruinarán España con programas de emergencias financiados con más deuda, insultarán a las corbatas, se harán los suecos ante los catalanes… Todo muy progresista: sí, señor.

Y es que son requeteguays que lo han inventado todo: ecologistas, feministas, altermundistas, jovenalistas, gaylistas, animalistas, antiglobalistas, anticlericalistas… «Progresista», santa palabra, el abracadabra de la cornucopia que nos dará milagrosamente el gobierno del señor Snchz -que ni siquiera puede conservar sus vocales, en su manía por ser progresista-. Mágico vocablo, aunque el «progre» -en nombre de sus dioses rojos- mate, robe, destruya, mienta, insulte, manipule, corrompa, prohíba, arruine o castigue.

Sí, malaventurados los pueblos con un gobierno progresista: porque todo les será arrebatado. A mí todo esto me recuerda la genial frase del actor Peter Ustinov: «El progreso no para. Dios creó el mundo en seis días, ¿y qué tenemos hoy? La semana de cinco días».

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