Santiago López Castillo

La rosa de C.J. Cela

I centenario de su nacimiento

La rosa de C.J. Cela
Santiago López Castillo. PD

El gran literato no tuvo una flor en el culo, le brotaron manojos gracias a su sabiduría y talento. Pero no voy a ir por ahí, aunque también, sino porque su mejor libro, según me confesó, se titula «La Rosa», que casi nadie conoce y que, por su indicación, localicé en una librería de viejos en la madrileña Cuesta de Moyano. Se cumple este año el centenario de su nacimiento, a las 9,20 de la noche del 11 de mayo de 1916, en el paso a nivel de Iria-Flavia cuando transitaba el tren de la feria de Santiago y la casa se estremecía hasta los cimientos.

Fue mi gran amigo y maestro. Muchos me reprochan mi inclinación celiana cuando escribo y en vez de humillarme me enaltecen porque los detractores del genio suenan más que los admiradores que le tradujeron a todos los idiomas. Guardo como oro en paño su manuscrito que reza así: «Querido Santiago: si los cabrones volaran cambiaría el clima. Tú sabes que estoy entre tus amigos. Un abrazo. Camilo José Cela».

Irrepetible. Genial. Fabulador. Andarín. Enamoradizo. Tremendista. Orfebre de la palabra. Vanguardista. Nobel. Inmortal, que se nos fue el 17 de enero de 2002. Pero sigue vivo. Aunque haya insensatos resentidos que en su conmemoración natal critiquen el supuesto papel de censor cuando él fue censurado por el franquismo hasta podarle su robusto árbol de «La familia de Pascual Duarte», obra excelsa. «Si los cabronesran…» Sí.

Mi casa está poblada de retratos con el novelista, incluidas algunas instantáneas que se han colado con Marina mercante, el trinque es el trinque, la esposa de sus episodios alcarreños. Le conocí a él en Mallorca y reviví su figura a través de una larga entrevista que celebramos en aquel apartamento madrileño de Torres Blancas con «Viaje a la Alcarria» como telón de fondo. Todavía estaban las alpargatas de andariego y su libreta de hule negro. Me ofreció un café de puchero cociendo en un infiernillo eléctrico y calzado por dos ladrillos para no quemar el parquet. Después nos volveríamos a encontrar en el Senado, él en su papel de senador regio, y servidor como cronista parlamentario de TVE. Allí viví su anécdota desternillante que no se cuenta con exactitud. Al no existir votación electrónica, se hacía de viva voz, el presidente Fontán le preguntó al escritor: «¿El senador Cela, está a favor, en contra o se abstiene…?» Dado que sesteaba, le despertó un codo vecino, respondió al rato: «El senador Cela no está a favor ni en contra ni se abstiene, está ausente».

Luego, el destino nos juntó en la provincia de Guadalajara donde el Nobel tenía su nidito de amor en El Clavín con Marina Castaño y después en su finca del Espinar en Fontanar, a cinco minutos de mi casa rústica que él me inauguró, cuyo nombre omito y al que me refiero en mi novela «El cuerno del tricornio» , un crudo relato sobre la hostilidad hacia el forastero en el mundo rural. Allí sostuvimos un emotivo almuerzo con don Paco, el médico de Pastrana que salía en «Viaje a la Alcarria»: «¡Camilo, estoy muy mal, tengo cáncer…!» «¡Cállate, cojones, tú siempre lamentándote…!

También guardo la anécdota cuando comíamos los dos en un restaurante próximo a la capital. Nos encontramos con José Bono, a la sazón presidente de la región, quien nos saludó con un «¡que aproveche!», al que Cela respondió rebajando el tono de voz: «¡… y a ti que te den por culo!». El escritor me explicó que era de mala educación hacer tal proposición porque de lo contrario sería que la comida nos sentara mal. Y sí, era un campeón del estómago hasta que le tuvieron que quitar de un cuajo parte de su voluminosa tripa. A veces, en su feroz apetito, Marina le suplicaba mesura. A lo que él respondía textualmente: «¡Cállate, cojones, y déjame en paz, hija de puta!» Una vez, y entre nuestras charletas, le pregunté delante de ella: ¿Por qué te casaste con Marina? «Porque me la mama muy bien», fue su respuesta.

Muchos se preguntaban que por qué se separó de Rosario Conde y no le acompañó a recoger el Premio Nobel. En una de sus cuitas -reitero que fue mi admirado maestro y amigo- me confesó que porque le ponía los cuernos con su secretario, que era Pepe Caballero Bonald, un poeta desagradecido que no sólo le ponía los cuernos sino que, encima, no reconocía la ayuda que el literato le prestó de forma incondicional. Pero así se nutre la condición humana. Por eso amo tanto a mis perros o, como cantara Roberto Carlos, «… yo quisiera ser tan inteligente como los animales».

Mi amigo Cela, por otro lado, era pura sensibilidad por esos seres que nos acompañan desde el amanecer hasta el invisible sonido del cárabo. La muerte de su perro «Pascual», un yorkshire que le cabía en un puño, le dejó una honda cicatriz en el corazón. Y el asesinato de su búho «Glayucemin» por un desaprensivo le produjo una herida nunca suturada con mercromina. Los enterró debajo de un almendro, y no es coña, evitando el hocico de los depredadores. Pese a los que únicamente le conocieron superficialmente, al retumbar del taco, les diré que Camilo José Cela fue un hombre de infinita sensibilidad. Una noche me llamó porque al día siguiente por la mañana le traían un Cela de su tamaño en chocolate que lo había construido un repostero catalán y quería que yo estuviera en el momento de la entrega.

Había invitado a varios colegios de la zona y la chavalería, provista de navajillas, fue dando cuenta de la estructura gigantesca del literato. Tan es así que el Nobel me dijo al oído: «Míralos, pobrecillos; parecen salidos del hospicio, hambrientos…», porque se querían llevar hasta la estructura de madera del Cela golosina creyendo que era chocolate blanco.

Y he de añadir, por último, que a este genio, irrepetible, pese a los detractores que siempre ayudan a ensalzar su figura, le hice su última entrevista, en el Senado, en su Alta Cámara, la que en el periodo constituyente lo acogió y después desoyó sus consejos en la elaboración de la Carta Magna. Fue unos días antes de morir. Pongamos que en el 2001 en la sala de Pasos Perdidos y hallados en el templo. Maestro.

PD.- «La rosa» (Espasa Calpe) no se encuentra en farmacias, ni parafarmacias, ni en establecimientos de El Corte Inglés.

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