Javier de Lucas

El ser para la venganza

El ser para la venganza
Javier de Lucas. PD

El ser humano vive en una constante esquizofrenia mimetizada en un ámbito de templanza y concordia, que no se corresponde con las diferentes realidades que le rodean. No aceptamos, o no reparamos en que el «estar» ha de tener una correspondencia necesaria (no contingente) con la condición del Ser. Y el Ser, por su carácter teleológico, ha de tender a la superación en todas las particularidades que lo conforman.

Por ello, y sintetizándolo mucho, podríamos decir: «somos» en la medida que nos dejemos guiar por la voluntad de poder (capacidad de logro), por la voluntad de consecución para la superación de lo que nos resulte incompleto en cada instante… Para ello contamos con la vida; pero también con la muerte como referente finito que nos obliga a «cumplir» con nosotros mismos. Esto, dio en definirlo Heidegger, como Ser para la muerte…

Pues bien, por eso decía que vivimos en una constante esquizofrenia: vivimos en una realidad que no es la asignada, y para la que estamos comprometidos. Hay dos conceptos sagrados, por su transcendencia existencial: el amor y la venganza. Y hemos elegido la venganza, y no la muerte, como referente ontológico: somos para la venganza.
Todo gira alrededor de la venganza, del resentimiento que genera el deseo de revancha, la urgencia con la que ante la finitud del tiempo deseamos revisar y hacer pagar lo que decidimos como deuda a cobrar expeditivamente de los que consideramos nuestros acreedores…

Aunque sea duro, hay que reconocer que estamos en esa situación. Y de seguir así, nos arrepentiremos cuando sea demasiado tarde.

Vivimos en un momento histórico en el que la política revanchista se encuentra especialmente exacerbada. Resulta difícil levantarse a diario y mirarse al espejo para decirse: ¿será que tengo cara de idiota? Uno se mira de perfil, vuelve a girarse…, se acerca al espejo…, y se vuelve uno a retirar con la duda insoluble de estar en sus cabales. Aunque finalmente, tras un gran esfuerzo de sensatez, y profiriendo algún exabrupto entre dientes, recupera su autoestima en la triste realidad política que nos vapulea como a monigotes.

Parece que nos hemos vuelto locos todos; o, mejor dicho, parece que los nuevos políticos han creado (y siguen creando) un espectáculo político obsceno, infumable. El que más y el que menos hemos caído en la inocente esperanza de pensar que tras este pozo negro de resentimiento y odio guerracivilista en el que nos han sumido día a día, durante estos cuatro meses, todo recobraría la sensatez; porque harían un análisis introspectivo, no sin cierto sonrojo, del espectáculo al que nos han sometido a todos, y que hemos soportado con un estoicismo que raya en la narcosis incomprensible.
Pues, así las cosas, parece que estos señores políticos de turno nos siguen tomando el pelo. No han pasado cuarenta y ocho horas de la clausura de esta micro legislatura y siguen enzarzados en broncas e improperios, sin el menor pudor y respeto a los ciudadanos. El último día en el Congreso ha sido vergonzoso; ha terminado todo como el rosario de la aurora; con tan poca clase, con tan poca educación, con tan poco decoro, con tal odio en las palabras y los semblantes, que dan miedo. Si todo lo que nos viene encima, según todo apunta, va a estar construido sobre estos conceptos de libertad y progreso, la verdad es que produce terror.

Por lo que se ve, parece que aquí no se trata de que unos u otros ganen las elecciones; de lo que se trata, es más que evidente, es de batir y exterminar a toda costa a un partido que ha ganado las elecciones. Pese a quien pese, en justicia, esa es la realidad. Así que no por mucho repetirlo van a cambiar la esencia de la democracia. Resultan ofensivos, a la inteligencia de cualquiera, los planteamientos con que nos han machacado hasta la exasperación, diciéndonos que lo que han votado los españoles es un cambio hacia un gobierno de progreso y renovación, sabiendo como saben que es un silogismo a priori erróneo y falaz, porque niegan la mayor. Nadie puede aceptar, por incomprensible, algo tan elemental; porque lo que votan los ciudadanos es a los partidos, no las tendencias.

Ni siquiera en unas primarias dentro de los partidos, en las que sí se votan tendencias, sería democrático que ocuparan la secretaría general o la presidencia el grupo, aunque fuera mínimo, que sumara más votos que los votos conseguidos por el más votado. ¿Se entendería, entonces, que el partido debería aceptar como líder a ese grupo, y no al que ha obtenido más votos en solitario, que los conseguidos por cada uno del grupo independientemente? Obviamente no.

Por tanto, en unas generales no se votan tendencias, se votan partidos. Y eso hay que aceptarlo, sea cual sea el signo de quien ha ganado las elecciones; porque los votantes no quieren apaños cuya ética atenta contra los valores esenciales de la democracia. Estas son las reglas del juego democrático; y se pueden cambiar, claro que sí; pero con las reformas que sean menester para que, sin dejar de ser una democracia, sea aceptado por todos y sancionado por las instituciones. Pero todo eso antes, no después de haber votado.

No es posible que un partido constitucionalista, serio y de tradición de izquierda razonable y dialogante, como es el PSOE, sea capaz de cerrar la puerta a quien ha ganado las elecciones, argumentando que los españoles han votado un cambio hacia la izquierda… ¿La izquierda del PSOE es toda la amalgama de partidos de izquierdas, sean separatistas, marxistas, estalinistas, chavistas y un largo etc.? ¿Es esa izquierda la que han votado los votantes del PSOE?

La memoria histórica está siendo tan mal interpretada como locuras puede acarrearnos. Todos contra la derecha, al precio que sea. Esa es la venganza atroz para la que viven tantos, cuyo pensamiento es un anacronismo en tiempos en los que se nos llena la boca de buenos deseos tendiendo la mano a derecha e izquierda. Eso dicen.

Sobre el tópico: dos no discuten si uno no quiere… Ahora podemos ampliarlo, con la misma validez: dos no acuerdan si uno no quiere. Y ese uno es Ud. señor Sánchez, con la ayuda, por supuesto, del señor Rivera.

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