Antonio Casado

Todos los afanes del PSOE se orientan a desactivar el riesgo de sorpasso

Todos los afanes del PSOE se orientan a desactivar el riesgo de sorpasso
Luena, Sánchez y el PSOE. EP

Los socialistas manejan estudios demoscópicos que, allá donde la realidad se confunde con los deseos, anuncian que la coalición de Podemos Unidos (no es casual el alterado orden de los factores) cosechará menos votos que Podemos Separados (suma de los obtenidos el 20-D por IU y Podemos), aunque pueden obtener más escaños.

Por tanto, todos los afanes del PSOE se orientan a desactivar el riesgo de sorpasso en la orografía parlamentaria del 26-J, a sabiendas de que, según se desprende de dichos estudios, no serán significativos los trasvases entre el bloque de la derecha (PP-Ciudadanos) y el de la izquierda (PSOE, PU), aunque pueden serlo dentro de cada uno de los dos.

Como se ve, las coordenadas de la incipiente campaña electoral no son muy favorables para el partido de Pedro Sánchez.

Por eso se esfuerza en sustituir el eje derecha-izquierda por el que más le conviene de continuidad-cambio. De modo que, según hemos visto en los preliminares de la batalla, el PP sería la continuidad y el PSOE el cambio ¿Y Podemos? Ya enseñó sus cartas apostando por la continuidad cuando, antes de apoyar a un presidente de Gobierno socialista, prefirió a Mariano Rajoy.

Ese es el discurso de Sánchez en sus primeros actos públicos de la campaña. La literalidad de sus palabras no deja lugar a dudas: «Pudo haber elegido a un presidente socialista, pero prefirió a Rajoy», «desde la misma noche del 20-D Iglesias apostó por impedir un presidente del PSOE y repetir las elecciones». Pero más significativo aún es su clarinazo del otro día, donde parece quemar las naves: «Si dependo de los votos de Iglesias, nunca seré presidente del Gobierno».

La pregunta es inevitable: ¿Y al revés? Se trata de saber si, por imperativo de la matemática parlamentaria, Pablo Manuel Iglesias podría ser presidente del Gobierno con los votos del PSOE. Pero Sánchez no está por la labor de poner la otra mejilla. Tiene la memoria herida por el «no» de Podemos en su fallida investidura, con amarga dosis de recuerdo a la «cal viva», y el portazo en las «negociación a tres».

Llegado el caso, le pagaría con la misma moneda. Además, la perspectiva del tiempo transcurrido ha disparado entre dirigentes y militantes socialistas el índice de rechazo a Podemos. En esos entornos se ha convertido en un lugar común el convencimiento de que Iglesias es un impostor.

El equipo de Sánchez, en resumen, mira con cara de perro hacia Podemos y da por buenas las primeras aproximaciones de sus expertos a los previsibles efectos de la recién formada coalición con Izquierda Unida.

A saber: ahuyenta a antiguos votantes socialistas que se habían inclinado por Podemos en los últimos procesos electorales, desmoviliza a votantes de Izquierda Unida que discrepan con el pacto y moviliza a los abstencionistas del PSOE y del PP (voto del desaliento) por el miedo al avance de un partido que practica el gamberrismo político.

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