Santiago López Castillo

‘Niebla’: amor infinito

'Niebla': amor infinito
Santiago López Castillo. PD

Ha muerto mi mejor amigo

Se me ha ido «Niebla». Es el ser que más quería. Se me ha ido en silencio, como para no molestarme. Era así de cariñoso, amor infinito y me ha dejado una honda cicatriz en el corazón. Era mi mejor amigo, y yo de él. Expiró en la madrugada de Santa Rita de un mes de mayo que apuntaba a florido y hermoso. Y ya ves. La muerte llega sin anunciar. Es confundidora y no repara en desaires ni en sentimientos ni en derribar el más alto dolor.

«Niebla» era un golden retriever divino, con pestañas rubias y ojos brillantes como uvas de moscatel. Fuimos inseparables. Y ahora se me produce un vacío inmenso, de vértigo. Ya no está en el sofá, todo lo largo que era, revolcándose por el asiento con sus hebras de oro que le cubrían todo su bello cuerpo. Se acabaron los paseos por la mítica montaña de la Maliciosa o por la urbanización donde vivo que tiene lago y todo y en el que se daba un baño diario aun en invierno aunque el agua fuera de cristal cortante. ¿Quién se va a fijar en lo que escribo, siempre junto a mí, mi chiquitín, aunque se hizo grande después de pequeño scottex? Niebla está en mis libros y en mis programas de TVE, «Parlamento» y «En Verde», y en los cientos de artículos que he escrito en defensa de los perros; ellos, primero.
Los que amamos a los animales no estamos locos. Mi inseparable «Niebla» yacía en la habitación donde yo dormía y nos repartíamos los sentimientos de esquina a esquina. Al alba, tras certificar su muerte, fue enterrado en mi jardín, con este epitafio: «Niebla, amor infinito». Definición que acuñó el Papa Benedicto XVI que seguro se la apropió de mí al saber del cariño que sentía por mi maravilloso golden.

Era pedigrí puro. Iba a cumplir los trece años. El veterinario de urgencias me consoló con un le ha llegado su hora. Aun no me lo creo. Pero hay que hacerse a una idea tan dura. Se me mojan los ojos con solo pensar que no estará en la cancela recibiéndome y luego premiándole con un coscurro de la barra de pan. Mi estado de ánimo es muy triste; a lo mejor, no es más que triste, pero no puedo evitarlo y hasta prefiero que me carcoma el dolor.

A veces, me asomo a la ventana y le veo retozar por el jardín, cuando no revolcándose con uno de sus múltiples juguetes. También le gustaban los chuches. Era como un niño. Me hubiera dado igual que no fuera de raza selecta, su porte era la nobleza y el amor infinito, y perdonen si me reitero. «Niebla» yace bajo un centenario abeto y al otro lado, mi spaniel inmortal con esta lápida: «Aquí yace el aliento de «Canela». Sit tibi terra levis, o lo que es igual, que la tierra os sea leve. Sin duda, estarán en el cielo. Seguro.

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