Gabriel Albiac

«Sánchez ha apostado por suicidar a su partido, soñando sobrevivir él mismo»

"Sánchez ha apostado por suicidar a su partido, soñando sobrevivir él mismo"
Gabriel Albiac. PD

Gabriel Albiac reflexiona sobre qué opciones son más útiles de cara a las elecciones del 26 de junio de 2016. A él sólo le salen dos, PP o Ciudadanos. Así lo desgrana:

No es tiempo para filigranas. Sería obsceno hacerse el exquisito. La sobriedad más áspera se impone, cuando lo que está en juego es el punto crítico, a partir del cual una democracia garantista se destruye. Y, con ella, la vida de cada ciudadano -material como anímica- se va al garete. Ninguna hipérbole aquí: se va al garete. Y, aún más que el modelo Tsipras, es la ruina homicida de la Venezuela de Chávez la que amenaza: el Caudillismo en sus formas más bárbaras.

Detalla que:

Podemos es un movimiento fascista. Clásico. Esto es, conforme al canon Mussolini-Hitler, un populismo socialista. No es algo nuevo. Cuando transforma los Fasci Italiani di combattimento en Partido Nacional Fascista, en 1921, Mussolini puede presentarse como portavoz de la «izquierda socialista» en Italia. Cuando Adolf Hitler, en el mismo año, se hace con el poder del Partido Obrero Socialista Nacionalista Alemán, creado por Anton Drexler un año antes, su proyecto se centra en absorber a los supervivientes del espartaquismo y al núcleo obrero más duro del socialismo en Alemania. Socialismo, lejos de ser una máscara, es un componente esencial de los fascismos de entreguerras, esa forma madura que, tras la Gran Guerra, toman los populismos de final del siglo XIX. Liquidados en Europa por la Segunda Guerra Mundial, echaron hondas raíces en Latinoamérica. El peronismo fue su columna vertebral. Que hoy prolonga el chavismo. Y la identificación sentimental del pueblo con el Caudillo, teorizada por la «izquierda peronista» hoy como calzada real a la toma del poder, ha desembarcado en Europa de la mano de Podemos. No es extraño que sólo en un país con tradición caudillista tan reciente haya podido triunfar un tercermundismo así de anacrónico. Es la maldición española.

Prescindo de retóricas y de cautelas. No hay ya tiempo para eso. No me gusta la política española. Me repugnan todos y cada uno de sus partidos. No suelo votar. Y bastante antes de que aquí nadie hablase de «casta política», yo acuñé ese concepto en un libro mío del año 2008: «Contra los políticos». Pero no es tiempo ahora para esgrimas de florete. Lo que nos amenaza se llama totalitarismo. Y hay que primar el combate contra él. Si no queremos que acabe, en un momento u otro, triunfando. Tal, el envite. Todo lo demás es trivial frente a eso. Tristemente triviales, mis preferencias. E incluso el asco profundo que me producen los partidos que han podrido este país durante cuarenta años. Votaré en defensa propia. Contra el populismo. Aunque poner en la urna el voto me ponga enfermo. Votaré, pues, yo que no voto nunca. Votaré en defensa propia. No a favor de nada. En contra de la marea ascendente de eso que a sí mismo se llama «populismo» y que, en Podemos, es una variedad rioplatense del fascismo.

Y concluye:

No está previsto poder votar en negativo: de estarlo, ningún conflicto moral se plantearía. Y así, será preciso elegir la barrera menos mala, esto es la más eficaz, contra la toma chavista del poder. El comportamiento de Sánchez lo excluye como garantía de ser ese dique: su voluntad de formar gobierno con Iglesias hizo volar su credibilidad para siempre. Ha apostado por suicidar a su partido, soñando sobrevivir él mismo. Y el populismo los liquidará a ambos. Quedan, pues, sólo dos opciones: PP y Ciudadanos. Que cada quien calcule a cuál juzga más eficiente para esa tarea crítica.

No es hora de esgrimas ni de retórica. Votaré en defensa propia. Contra el populismo. Aunque poner en la urna el voto me ponga enfermo.

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Autor

Juan Velarde

Delegado de la filial de Periodista Digital en el Archipiélago, Canarias8. Actualmente es redactor en Madrid en Periodista Digital.

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