Ignacio Camacho

26-J: Hay países que se suicidan democráticamente

26-J: Hay países que se suicidan democráticamente
Ignacio Camacho. PD

ESTA vez habrá Gobierno. Quizá no antes de las vacaciones y con bastante probabilidad se tratará de un Gabinete débil, precario e inestable.

Pero las elecciones no se van a celebrar una tercera vez porque el sistema no resistiría el impacto de ese fracaso. Visto desde hoy, con la perspectiva de todo lo que (no) ha pasado, parece claro que los agentes políticos apostaron por la repetición desde el primer momento en que leyeron los resultados de diciembre.

Aquello era un galimatías fragmentario, un rompecabezas sin manual de instrucciones, y había margen -presupuesto aprobado, economía en crecimiento- para devolver el problema a quienes al fin y al cabo lo habían creado. Ya no lo hay.

Aunque nosotros entreguemos de nuevo un veredicto a medio resolver les va a tocar a los partidos solucionarlo. Eso sí, nadie podrá quejarse de cómo lo hagan si les volvemos a dar los mismos datos difusos, descuadrados.

Porque votar es un acto de soberanía individual indelegable pero representa también un ejercicio de responsabilidad. La grandeza de la democracia consiste en depositar toda la confianza del sistema en el albedrío de cada ciudadano. Somos nosotros, ahí en la soledad de la cabina electoral, los que decidimos con todos nuestros prejuicios a cuestas. Los mecanismos de representación interpretan nuestra decisión pero no pueden cambiarla aunque a veces tendemos a imaginarlo.

En los últimos tiempos, a consecuencia de un clima de opinión antipolítica fruto de la decepción y el desencanto, los españoles hemos encontrado en las élites públicas el chivo expiatorio de un conflicto cuya somos nosotros mismos.

Nosotros hemos votado a los corruptos, a los populistas, a los advenedizos, a los incompetentes, a los demagogos. A todos esos de los que nos quejamos. Nosotros generamos en diciembre un Parlamento ingobernable por falta de mayorías claras o ideológicamente compatibles.

Nosotros, en nuestra soberana voluntad o en nuestro soberano capricho. Y como mínimo compartimos la culpa del colapso. Porque el voto no es un hecho inocuo; tiene consecuencias. Y votar, como suele repetir Juan Pablo Colmenarejo, no es igual que cambiar de canal en la tele o clickar «me gusta» en Facebook.

Por eso algunos cínicos decían que las promesas electorales sólo obligan a quienes se las creen. En la sociedad contemporáneal existe información suficiente para discernir y para no dejarse engañar. Y aun así, hay pueblos que se suicidan democráticamente. Mira Grecia, mira Gran Bretaña por no ir más lejos.

Países que se entregan voluntarios a la catarsis de su propia expiación. La democracia sólo garantiza que el criterio de la mayoría sea respetado, no que sea perfecto ni siquiera certero. Esta vez, como una excepción, la Historia nos ha entregado una segunda oportunidad. Pero no habrá más. Las urnas con libro de reclamaciones todavía no se han inventado.

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