Santiago López Castillo

Operación ‘Tarántula’

Operación 'Tarántula'
Santiago López Castillo. PD

Cada vez que se produce una tragedia perpetrada por los terroristas islámicos, uno se estremece por la sapiencia de los especialistas en la materia, que son un huevo, igual que cuando surge un seísmo y todos son geólogos y desentrañadores de la tierra. Y así, hasta el infinito.

Uno, que reconoce que no es nadie en la materia, sea cual fuere la asignatura, trata de que le asista el sentido común. Tengo desde hace años los libros de cabecera de Oriana Fallaci sobre el peligro islamista, y, en especial, su obra «Eurabia». La italiana fue vituperada, muerta y sepultada por esa corriente progre que abraza el Islam sin saber lo que es. Me aprecio de haber sido amigo de ella, como Pedro Rodríguez, el mejor periodista español del siglo XX pero era de derechas. Joder con la pluralidad intelectual. Ella fue la que dio el aldabonazo advirtiéndonos del peligro musulmán. Y pese anunciándonoslo desde finales de 1990, nadie dio su pata a torcer.

Los hechos se repiten. Y, oh, los retro-progre, echan las culpas, sin rubor a los Estados Unidos, odio visceral a los yanquis, go home. Los tachan de bélicos, de incendiarios, de propagar los conflictos internacionales, pero pocos recuerdan que EE. UU. salvaron a Occidente del nazismo y del comunismo. La escritora italiana, que se definió «atea-cristiana», señala a los falsos pacifistas como la llave que emplean los islamistas para conseguir sus propósitos. Entre ellos, las feministas, esas que callan la ablación del clítoris, el trato de las mujeres peor las bestias, como mi amiga Cristina del Valle, de Amistades Peligrosas, que se pasa la vida arengando a las féminas palestinas inmolándose con cinturones de explosivos que son peores que los de castidad.

Y no nos vengan con que hay unos islamistas buenos y otros malos. No, miren, no. Alá es grande y Mahoma su profeta. Muerte al infiel. Lo que yo entiendo como «Operación tarántula» se viene cumpliendo inexorablemente, lentamente como la araña peluda que avanza y no retrocede. España, Francia, Bélgica y lo que venga. Eurabia. Occidente les abre las puertas de par en par, les da la nacionalidad en destino, el pan y la sal. Y nos lo pagan así. Prestamos atención a esas ejecuciones sanguinarias pero no son de hoy. La Fallaci, en su obra «La fuerza de la razón» (2004) recuerda a Nick Berg, el cordero degollado con el cuchillo del sacrificio balal por las Brigadas Verdes de Mahoma; recuerda asimismo a Paul Jonson, el ingeniero decapitado de la misma forma en RIAD por el grupo saudita de Al Qaida. O el periodista Daniel Peral, una de las primeras víctimas del fanatismo musulmán, también decapitado. Recordatorio extensible a demás seres de otras nacionalidades que son degollados como cerdos y después abandonados al borde un camino para la basura.

La guerra declarada por los hijos de Alá no se detiene. Hora a hora. Igual hay que echar mano de los belicosos Estados Unidos. Como siempre.

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