LA decisión de Pablo Iglesias de despreciar los actos conmemorativos de la Constitución y enviar una representación de ínfimo rango no solo demuestra su absoluta falta de respeto por la soberanía nacional.
Demuestra también enorme torpeza política. Podemos ha dejado de ser ese implacable justiciero contra los abusos de la «casta política tradicional».
Al contrario, ya es habitual verles adormecidos en sus escaños durante los plenos, ausentarse de las comisiones en un asombroso ejercicio de escaqueo de sus obligaciones laborales o dedicar las horas de control al Gobierno a brujulear por las redes sociales embebidos en sus teléfonos.
Y presumen sin complejos de los muchos privilegios que conlleva el cargo de diputado o senador mientras pregonan su falsa militancia antisistema. Unidos Podemos es una estafa para todos los demócratas de bien porque, lo quieran o no sus dirigentes, no solo tienen la obligación moral de homenajear a la Constitución, sino que además les va en el sueldo público que cobran.
Allí donde tienen cargos electos, representan a todos los ciudadanos y no solo a los que les han votado.
Por eso es una irresponsabilidad que la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, no acudiese ayer al acto institucional celebrado en la sede de la Comunidad. La falsa pátina de «enfant terrible» de la política española ya les renta menos porque se les conoce más.
Solo están cómodos en la conflictividad y en el espectáculo como fórmula para lograr el poder.
La aprobación de leyes para beneficiar al ciudadano les trae sin cuidado, y su indolencia y desconocimiento de la vida parlamentaria real son alarmantes. Hipocresía y vagancia. A Iglesias le sobra ya tanta teatralidad como rencor. Ese es su error.
