Ignacio Camacho

La nueva política, el populismo y morir de referéndum

La política ha perdido en esta crisis su capacidad prescriptiva, su autoridad moral para liderar la opinión pública

La nueva política, el populismo y morir de referéndum
Urna, voto, encuesta, elección, política y referéndum. PD

Por ahora España ha quedado a salvo de la epidemia de inestabilidad autoprovocada

EUROPA se está matando a golpes de referendo sacudida por un ataque de irresponsabilidad que hace presa en los liderazgos con síntomas de epilepsia política. La cosa funciona de este modo: un gobernante henchido de petulancia convoca para legitimarse una consulta innecesaria sobre un asunto prescindible del que antes ha hecho un análisis erróneo.

Y a continuación la gente se pasa por el forro la cuestión sometida a veredicto, que le importa una higa, y convierte la contestación en un desahogo de las frustraciones acumuladas.

En la revancha pendiente por su empobrecimiento, por su desempleo, por el bienestar degradado, por el colapso de las instituciones, por la corrupción de las élites. El voto como pedrada contra el sistema. La democracia como desquite.

Por ahora España ha quedado a salvo de la epidemia de inestabilidad autoprovocada. Hemos tenido que votar dos veces para alumbrar un Gobierno, pero no nos hemos enredado en complicaciones accesorias.

Algunas minervas de la nueva política creen sin embargo que la democracia es impura o imperfecta si no revalida en las urnas lo que resuelvan unos representantes previamente elegidos en ellas.

Su concepto inmaduro de la responsabilidad camufla la incompetencia para tomar decisiones bajo una perpetua mecánica asamblearia.

La reforma de la Constitución es el ejemplo preclaro de esta política juguetera, infantilizada, que busca problemas ficticios para aplicarles soluciones equivocadas.

En el actual ambiente de decepción antipolítica, cualquier consulta popular sobre modificaciones del marco jurídico corre riesgo cierto de desembocar en un soberano corte de mangas.

Ciudadanos de todas las ideologías se coaligarían en el rechazo o la abstención masiva para descargar su cabreo contra los agentes públicos mediante una silenciosa represalia. Gratis, sin costes ni compromisos: sólo la íntima satisfacción de propinarle a la odiada clase dirigente una despectiva, humillante bofetada.

Resulta alarmante la fatuidad de unos partidos y líderes que creen estar en condiciones de dirigir el sentido del voto a un pueblo deseoso de reprocharles su arrogancia. Lo que más ha perdido la política en esta crisis es su prestigio, su capacidad prescriptiva, su autoridad moral para vertebrar la conducta ciudadana.

Pensar que el consenso parlamentario sobre un simple capricho partitocrático puede tener un correlato más o menos exacto en la calle revela una descomunal pérdida del sentido de la realidad; hace tiempo que la dirigencia va por detrás de la opinión pública, pendiente de las encuestas para elaborar a medida sus mediocres programas.

No hay talento para la persuasión, ni convicciones, ni ideas; apenas un simulacro de propaganda.

La Constitución que refundó las libertades españolas merece algo mejor que un manoseo antojadizo que la deje expuesta al desdén o al repudio de una sociedad desinteresada.

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