Jaime González

Negro sobre blanco

Negro sobre blanco
Jaime González. PD

«Sí, se puede. Sí pudimos», dijo Barack Obama en su último discurso. Una opinión más que discutible si se hace un balance desapasionado de sus ocho años como presidente de Estados Unidos.

Elegido como símbolo transformador de una sociedad zarandeada por la crisis, cuando Obama llegó a la Casa Blanca ya era un mito: dotado de un imbatible poder de seducción, a su porte imponente unía una arrebatadora capacidad para generar afectos.

Negro cultivado, de brillante oratoria, sereno, idealista, persuasivo en las formas, comprometido e invencible en las distancias cortas, parecía hecho a medida del momento del país.

«Sí, se puede. Sí pudimos», dijo Obama en su último discurso. Depende, todo depende. Obama llegó a la presidencia en medio de una depresión solo comparable a la de los años 30.

Es cierto que durante su mandato se crearon once millones de empleos y que creció la economía, pero Estados Unidos es hoy una nación que funciona más que nunca a dos velocidades -hay un país de luces de neón y otro ensombrecido, perdido tierra adentro, que no se reconoce en esa imagen de progreso que proyecta el establishment-. Obama, justo es reconocerlo, intentó culminar su proyecto más ambicioso: dotar de cobertura sanitaria a millones de personas desprotegidas.

El «Obamacare» se quedó a medias, como sus promesas en materia de inmigración. Su reforma, tan ambiciosa sobre el papel, encalló a las primeras del «cambio». Pero es en materia de política internacional donde pocos echarán de menos el legado de Obama. A veces nunca, a veces tarde y casi siempre mal. Ese es el balance urgente de su gestión.

«Sí, se puede. Sí pudimos», dijo Obama en su último discurso. Depende, todo depende. Si fuera cierto, Donald Trump no sería hoy presidente de Estados Unidos.

Elegido como símbolo transformador de una sociedad zarandeada por la crisis, los sueños de Obama se estrellaron contra la realidad. Parecía hecho a medida del momento del país, pero el momento de EE.UU. es otro y el gran seductor desaparece de la escena con su porte imponente.

«Sí, se puede. Sí pudimos». Pongamos negro sobre blanco su gestión y concluyamos: depende, todo depende.

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