Luis Del Val

Esto no es un cuento

Esto no es un cuento
Luis del Val. PD

Vivimos en una finca bastante amplia, que proviene de principios del siglo XVI, y nuestros antepasados siempre vivieron expuestos a los ataques vecinos. Ultimamente hemos colocado una vallas algo más altas para que contribuyan a la disuasión de los que quieren asaltar la finca, pero incluso en el seno de la familia ha habido discusiones por colocar en lo alto elementos cortantes que puedan hacer daño y producir heridas entre los salteadores. Este tipo de discusiones son las más me desmoralizan porque, en ocasiones, me produce la impresión de que el enemigo está dentro. A pesar de las vallas, hemos contratado los servicios de una empresa de seguridad, que vigila día y noche para evitar que alguien salte la valla. Si alguien lo hace, los empleados del servicio de seguridad deben de tener mucho cuidado, porque si en el forcejeo uno de los asaltantes es herido, aunque sea levemente, podría ser sancionado, lo que explica, en parte, que tras producirse ataques multitudinarios haya más heridos entre los guardas que entre los asediadores.

Todo este servicio de seguridad nos cuesta bastante dinero y, sobre todo, retrae elementos que podrían estar trabajando en vigilar la infiltración de terroristas, uno de los aspectos que más nos preocupa, tanto a nosotros como a los habitantes de las fincas de alrededor.

Pero con ser esto un grave inconveniente, lo peor, lo que me produce una sensación de impotencia y me hace contemplar lo que sucede como si se tratara de un absurdo, es que, cuando los asaltantes logran burlar a los guardas y penetran en le interior de la finca, no nos dejan despacharlos. Más aún, nos obligan a ofrecerles un lugar en el que residir y alimentarlos, hecho que es conocido por los que intentan diariamente saltar la valla de la finca, y que los envalentona para lograr sus propósitos, porque saben que la entrada con violencia en una propiedad ajena -algo que está castigado en todos los países democráticos- aquí se convierte en un premio. ¡Ah! Se me olvidaba contarles que la finca de la que les hablo se llama Ceuta.

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