Antonio Burgos

74.233 sin barretina se arrogan el derecho a decidir por los restantes 46 millones

74.233 sin barretina se arrogan el derecho a decidir por los restantes 46 millones
Antonio Burgos. PD

EN la España alegre y confiada del No Passsa Nada, todos comentando lo que vaya a ocurrir con Susana Díaz, incluso quién puede sucederle en Andalucía tras los consiguientes congresos.

Y todos comentando la trastada que pueda ocurrírsele a Pedro Sánchez, que ha demostrado que las plazas de toros siguen siendo el mejor orteguiano espejo de España. Sánchez ha demostrado que, como las plazas de toros, Ferraz tiene dos puertas.

Como suelen decir los toreros con ansias de triunfo, o salen por la puerta de la enfermería o por la puerta grande. Lo de Sánchez en las puertas de Ferraz más torero no ha podido ser.

Salió por la puerta de la enfermería, que suele ser la del garaje, de tapadillo, para volver a entrar por la puerta grande. No a salir: a entrar, que parecía mucho más difícil.

En sus manos están ahora muchas cosas no sólo de su partido sino, lo que es más serio y preocupante, de nuestra propia España. Y todo por el «derecho a decidir», como les comentaba el otro día, el Domingo de Primarias, que no me negarán que suena a calendario litúrgico de la Pascua Florida; pues para muchos susanistas ha sido como la Dominica in Albis, que se les quedaron con los ojos en blanco cuando se enteraron de los resultados.

Decía yo el Domingo de Primarias que nuestra democracia sufre, entre otros, el mal de que unos pocos se arrogan el derecho a decidir por los restantes 46 millones de españoles.

¿De qué nos sirve hartarnos de ir a votar, si luego vienen unos partidos, o los sátrapas de unos territorios nacionales, y se adjudican el derecho de decidir por todos nosotros?

El futuro de España, o sea, nuestro propio futuro, cada vez depende menos de lo que decidimos en las elecciones generales, sino de estos que apenas tienen mayor dimensión social y numérica que un grupo de presión partidista o territorial; y son los que, por encima de las urnas y de las inmensas mayorías, acaban imponiendo su santa voluntad.

La inmensa minoría siempre, que decía Juan Ramón Jiménez. Y si se juntan el hambre con las ganas de comer, ni te cuento. Lo digo a propósito de esa «conjunción astral» que se ha producido en estos días, que ha dejado en pañales a la que citaba Bibiana Aído (la que se-ha-ido a Nueva York) para hacerle la pelota a Zapatero, y que amenaza de momento, apunta, nene: a la Unidad de España, a la Corona, a la propia Constitución.

Hablo de esa conjunción astral como muy a la venezolana, pero sin triunfo del novillero Colombo en Las Ventas, en la que el hambre de independentismo de los separatistas catalanes, vía virtual golpe de Estado con una ley unilateral para decirnos «adiós, muy buenas» y largarse de la Patria común e indivisible de la Constitución, se ha unido con las ganas de comer radicalismo de izquierda del que echaron de Ferraz por la puerta de la enfermería, con un cornalón electoral de caballo, y lo han vuelto a entrar a hombros por la puerta grande, mientras a la moderada Susana la mandaban a lo que rima con su nombre: a Triana.

El desafío del que Bieito Rubido calificó la otra noche por la televisión como «el problema más grave de España desde la guerra civil» no hubiera sido quizás el mismo sin Pedro Sánchez en Ferraz; sin su radicalismo y sus ansias de pactar al precio que sea con Podemos para echar a Rajoy, en una sesión continua del Pacto del Tinell.

Pero con ese radicalismo del PSOE acampado junto a otros dos radicalismos, el de Podemos y el de los separatistas catalanes que quieren reeditar viejos golpes de Estado de la II República, aquí puede ocurrir de todo. Tristísimo. O para preguntar a qué hora sale el primer avión y largarse donde sea.

El futuro de la Patria de 46 millones de españoles depende del derecho a decidir de parte de los catalanes y de 74.223 votantes socialistas de las primarias, que a lo mejor hasta les da Pedro Sánchez una barretina a cada uno, para facilitar las cosas…

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