Ignacio Camacho

Cretinopatías

Hay una clase de hombres contentos de sus errores que nunca permite que la realidad desmienta su terco ideario

Cretinopatías
Ignacio Camacho. PD

TIENEN patentado Carlos Herrera y Santi González un curioso «desfibrilador de tontos», filántrópico invento que cada mañana aplican en la radio a personajes públicos con síntomas agudos o espasmódicos de cretinopatía. Sus pacientes preferidos suelen ser dirigentes enfermos de hemiplejía ideológica o aquejados de estulticia congénita con alta propensión a las recaídas.

Estos resultan los más rebeldes a cualquier terapia de choque, incluidas las electrodescargas de racionalidad crítica. Han adquirido con el tiempo una rebelde inmunidad a todo tratamiento de lucidez y portarán el virus de la simpleza intelectual a lo largo de toda su vida.

Uno de estos contumaces intonsos es el líder laborista británico Jeremy Corbyn, veterano político afectado por el extendido virus del pensamiento sectario. Un tipo estrambótico, de bienintencionadas motivaciones pero afligido de una rigidez doctrinal invulnerable al paso de los años. Lo que Lenin llamó la enfermedad infantil del izquierdismo, cuyas consecuencias incapacitan para analizar la realidad en términos pragmáticos.

Elegido por los militantes más radicales, sus enfoques desprecian cualquier término objetivo para adaptarse al marco mental de unos prejuicios arraigados. Esta clase de hombres contentos de sus errores nunca permite que los hechos desmientan su terco ideario.

Ante los atentados de Manchester, Corbyn se ha pronunciado según el manual del perfecto majadero; con el orgulloso rigor del pacifista dogmático. Le ha echado la culpa al Gobierno por los recortes de medios policiales y por combatir al Daesh en sus feudos lejanos.

Ha aplicado a la tragedia el argumento más oportunista, demagógico y mentecato, el que sostiene que los europeos somos responsables de que nos ataquen los fanáticos porque nuestra intolerancia con su designio de crueldad merece o provoca que vengan a castigarnos.

Similares explicaciones se oyeron ya en España en aquel infausto once de marzo; si se tratase sólo de un lugar común de los bobos de guardia podría tener un pase, pero pronunciadas en plena campaña electoral no son, entonces y ahora, más que una vileza torcida, un burdo embuste deshonesto y sesgado.

Dice Carlo Cipolla, en su célebre tratado sobre la estupidez, que los tontos son mucho más peligrosos que los malvados porque estos al menos buscan su propio beneficio mientras aquellos, además de ser más numerosos, provocan destrozos sin obtener nada a cambio.

Pero existe una combinación temible, la del estúpido perverso, con mucha mayor capacidad de daño. En el caso de Corbyn y su visión del terrorismo, maldad, sinrazón y torpeza se mezclan de manera natural, espontánea, en el molde de una ideología con devastador historial de estragos. Su inesperado ascenso en las encuestas revela hasta qué punto la civilización está inerme ante la inquietante coalición internacional de necios, resentidos y bárbaros.

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