Jaime González

Mariano Rajoy: La paciencia del pescador

Debut de Margarita Robles

Mariano Rajoy: La paciencia del pescador
Mariano Rajoy (PP). DM

La estabilidad de un partido político se mide a través de múltiples parámetros, pero hay uno que es la prueba del algodón.

Consiste en fotografiar, cada cierto tiempo, el lugar que ocupan sus señorías en el Congreso y comparar las imágenes para hacerse una idea cabal de los cambios de nombres y de asientos que se producen en cada grupo parlamentario.

Cuando la fotografía es siempre la misma, el diagnóstico es claro: estamos ante un partido político estable, pero inmovilista en exceso.

Cuando una fotografía se parece como un huevo a una castaña a la anterior, solo cabe extraer una conclusión: ese partido político no termina de encontrar su sitio y sus diputados van de aquí para alla, dos filas para arriba tres para abajo, ora a babor ora a estribor, tratando en vano de ubicarse.

Es como esos equipos de fútbol que cuentan sus partidos por derrotas y, presos de la ansiedad, no hay fin de semana que repitan la misma alineación, un mal síntoma que preludia el descenso.

Es lo que les ha pasado a sus señorías socialistas, cuyos movimientos en el hemiciclo recuerdan a los del juego de la silla. De tanto en tanto, suena la música y los diputados giran alrededor de sus asientos.

Cuando la música cesa, cada cual se afana por encontrar acomodo; como no hay sillas para todos, se van eliminando uno a uno en una secuencia circular que recuerda al baile de San Vito.

Margarita Robles se estrenó ayer en las labores de portavoz socialista, puesto que es la expresión misma de la inestabilidad que habita en el seno de un partido que se ha movido mucho en los últimos tiempos para volver donde estaba, un viaje para el que no hacían falta alforjas, pero que ha servido para comprobar que Pedro Sánchez se ha empeñado en desmentir el juicio de Heráclito:

«Todo fluye, nada permanece; nunca te bañarás dos veces en el mismo río».

Menos Sánchez.

En la otra margen del río, Mariano Rajoy es como esos pescadores que no proyectan su sombra sobre el agua para no espantar a los peces y que han hecho de la paciencia y la observación su mejor cebo.

Lo suyo no es inmovilismo, sino inmutabilidad, que es distinto. Lo primero es un defecto; lo segundo, una virtud.

Y aunque en ocasiones pueda resultar desesperante, lo cierto es que sigue a pies juntillas el juicio de Heráclito: aunque no lo parezca, jamás se baña dos veces en el mismo río. Será por eso que fluye.

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