Luis Ventoso

El gay y otros orgullos

Como siempre, en un punto medio debe estar el equilibrio

El gay y otros orgullos
Luis Ventoso, Director Adjunto ABC.

CHARLANDO ayer con un amigo, también gacetillero, me contaba que sopesó escribir un artículo sobre las dudas que le suscitan los fastos del Orgullo Gay, pero no se atrevió: «Me iban a crucificar. Fascista y homófobo. Como poco». Pero en un mundo libre ningún tema debería suponer un tabú.

Cualquiera que observe la realidad tal cual es percibe desde escolar que algunos compañeros presentan un gusto sexual diferente al mayoritario. Les atraen desde muy pronto las personas de su sexo, y no por motivos educativos o porque alguien se lo inculque, simplemente es su naturaleza. Allá en mis borrosos días escolares, en nuestra clase había dos compañeros que eran homosexuales, aunque se soslayaba. Recuerdo la crueldad con que se los trataba en aquel colegio curil de niños pera, las burlas y los epítetos que soportaban solo por ser como eran.

A lo largo de la historia, el trato que han recibido los homosexuales ha sido casi siempre terrible. Asombra recordar que las últimas ejecuciones en Inglaterra por delito de sodomía datan de 1835 y que la pena de muerte por ese «delito» se abolió en fecha tan tardía como 1861 (en ese Irán que le financia sus emisiones al gran progresista Iglesias Turrión todavía hoy en día se juegan el pescuezo).

El llamado «delito de sodomía» no se despenalizó en el Reino Unido hasta 1967. Dos años antes, en una encuesta en plena era de The Beatles, el 93% de los británicos afirmaban que la homosexualidad era una enfermedad que requería tratamiento médico. España fue bastante más avanzada. En 1822 ya eliminó tal delito del Código Penal, aunque más tarde hubo pasos atrás.

Los derechos de los homosexuales debe respetarse absolutamente, eso es algo tan obvio que ya no cabe debate. Personalmente, apoyo también que se hayan autorizado sus enlaces, aunque no lo habría llamado «matrimonio».

Sin embargo no tengo claro que la exaltación de una orientación sexual deba dar lugar a una suerte de desfile sanferminero mundial bajo el sustantivo de «Orgullo», o que se haya instalado en ciertos ámbitos un clima de opinión que viene a decir que una pareja de dos mujeres o dos hombres es el summum de la modernidad, pero un matrimonio convencional que cuida de sus tres hijos son unos gañanes del paleolítico, de glamour cero y que dan el cante en el mega-party de Chueca.

¿Derechos? Todos ¿Superioridad? Ninguna. Muchas personas, como curas, monjas o solteros asexuados, han elegido el celibato. ¿Se los imaginan desfilando en carrozas para celebrar su opción sexual?

Resultaría ridículo ¿Les agrada a todos los gais que su opción sexual sea representada por paisanos con visera nazi, pecho-lobo encadenado y tanga de plexiglás, o por travestis bailando el chunda-chunda sobre sus plataformas? Tengo dudas, porque conozco a homosexuales que detestan esa fiesta y también los alardes de pluma.

No me opongo a los fastos chuequeriles. Pero me gustaría que la alcaldesa Doña Manuela celebrase algún día con idéntica pasión el orgullo de las aburridas familias mayoritarias, esas que garantizan algo tan sencillo como el desarrollo de la humanidad, cuyo origen, nos guste o no, empieza y perdura con un hombre y una mujer.

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