Francisco Muro

Pablo, Rodolfo y la transición

Pablo, Rodolfo y la transición
Francisco Muro de Iscar. PD

Estamos celebrando el cuarenta aniversario de las primeras elecciones democráticas, de las Cortes constituyentes, de la ilusión de la inmensa mayoría de los ciudadanos por construir un país que fuera capaz de convivir en libertad. No fueron tiempos fáciles y muchos pronosticaban que eso no iba a ser posible, incluso algunos creían que acabaríamos en otra guerra civil entre hermanos. Lo fue gracias al esfuerzo de casi todos, a la cesión de casi todos y a la generosidad de casi todos. «La Constitución del 78, ha dicho el rey Felipe, proclamó su voluntad de proteger a todos los pueblos de España en el ejercicio de sus culturas y tradiciones, de sus lenguas e instituciones; y reconoció el autogobierno de sus nacionalidades y regiones, que son también patrimonio de todos los españoles». Como la propia Monarquía, actor fundamental, imprescindible, único, en la figura de Don Juan Carlos, para hacer posible esa transformación sin precedentes.

Ayer, Pablo Iglesias, que habló elogiosamente de la transición en «Los desayunos de Europa Press», decía que «España no es la Monarquía, es mucho más». Pero sin esa Monarquía, la de Juan Carlos y la de Felipe, esta España en la que vive, se mueve libremente, ha sido elegido diputado y puede hablar de lo que quiera, no existiría. Iglesias prefirió ayer celebrar el aniversario con las víctimas de los últimos estertores del régimen franquista que, según él, trajeron la libertad a España. Siento discrepar radicalmente. Desde el respeto a las víctimas, a todas las víctimas del enfrentamiento entre españoles, las de un lado y las del otro, esta democracia la trajeron en primer lugar los hijos del franquismo. La transición empezó con el harakiri de los procuradores franquistas, se orquestó desde los cimientos de ese régimen, no hubiera sido posible sin la UCD -que para Iglesias eran sólo «los cuadros de la dictadura»- y sin la dirección de don Juan Carlos, Adolfo Suárez y Torcuato Fernández Mirada. Hubo algunos más. Santiago Carrillo, que llevó al PCE al constitucionalismo, alguna parte del PSOE y sobre todo millones de ciudadanos de distintas ideologías, casi el pueblo entero. Y fue esa derecha nacida en el franquismo, la UCD, la que, con ayuda de otros como Carrillo, González, Guerra, algunos nacionalistas de salón y la voluntad popular, consolidó una democracia social y sentó las bases que hoy todavía sostienen a este país. Sin todos ellos, Pablo Iglesias no podría decir hoy lo que dice. Por ejemplo que admira al pueblo español, no a ninguna figura de la transición».

Y uno de los que más contribuyó a la llegada de la democracia fue un tal Rodolfo Martín Villa, denigrado por Iglesias que pide que le detengan cumpliendo una peregrina petición de un juez argentino. «Nuestra democracia necesita deshacerse de estos tipos», dijo ayer Iglesias. Martín Villa ha sido una figura clave de esa transición y de este proceso a la democracia iniciado hace más de cuarenta años. Seguro que cometió errores, pero su balance y su aportación es, al menos por ahora, muy superior a los de Pablo Iglesias. Y también su dignidad, como la de la inmensa mayoría de los actores, hijos casi todos del franquismo, que se comprometieron para darle la vuelta a este país como un calcetín y que, como dijo Alfonso Guerra, no lo conociera ni la madre que lo parió. En casi todo, para bien.

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