Esther Esteban

No tenemos miedo

No tenemos miedo
La Policía registra viandantes en Barcelona, a la búsqueda de terroristas islamicos. BC

Palabras para combatir el terror. El «grito de guerra» que ayer se oyó en Barcelona fue «no tengo miedo» un grito espontáneo que se abrió camino nada más concluir un minuto de silencio «atronador» donde todos, desde el Rey al presidente del Gobierno y el de la Generalitat, arropados por todas las instituciones dieron una imagen de unidad a la altura de lo que reclamábamos los ciudadanos.

El Estado Islámico ha golpeado a nuestro país tras años señalando a España como objetivo. Podía suceder y ha pasado. Una vez más, hace tan solo dos semanas, una cuenta de estos asesinos amenazaba con «reconquistar Al Andalus» y con un «ataque inminente en España».

No era la primera vez ni será la última en la que los especialistas en la lucha contra el terrorismo islámico rastrean cuentas donde ponen a nuestro país en la diana. Los periódicos de todo el mundo recogían ayer, con la sangre aún caliente de los muertos, como el júbilo estalló en los canales de comunicación de la órbita del Estado Islámico pocos minutos después de empezar la pesadilla en las Ramblas.

«A todos los españoles», reclamaba una cuenta anónima en uno de los servicios de mensajería utilizados por los simpatizantes del yihadismo, «ahora es el tiempo de pagar por todo lo que vuestro gobierno a hecho a nuestros inocentes en nuestros países».

La reivindicación del grupo yihadista del atentado que, de momento, ha costado la vida a catorce personas y dejado un centenar de heridos, llenando de sangre y dolor las ramblas de Barcelona, llegó después en un comunicado, emitido por su medio propagandístico Amaq:

«Soldados del Estado Islámico llevaron a cabo la operación, bajo órdenes del Califato contra países de la Coalición» afirmaron sintiéndose repugnantemente orgullosos de la barbarie.

Ana tenía cierta prisa. Debía acudir al trabajo cuando, a las cinco de la tarde, pasaba por La Rambla, a la altura del mercado de la Boquería. «Le decía a Gabriel, mi hijo: ‘Vamos’. Pero él se quedó mirando un momento a un chico que hacía una caricatura. Si no nos hubiéramos parado, la furgoneta nos habría cogido», explicó la mujer a la emisora Rac1.

«Después sólo escuché gritos. No sabía lo que pasaba. Lancé a mi hijo al suelo. Me tiré sobre él para salvarlo. La furgoneta paró sólo a cinco metros. A mi lado. Frente a mí. Fue horrible», contó Ana, que prosiguió:

«Vi a gente caer. Sangre por todos los sitios. Un hombre gritaba y pedía ayuda. No sabía lo que pasaba. Después llegó un policía, y nos dijo que nos tumbáramos».

Ana no entendía nada porque es difícil de entender que caigan inocentes por un puñado de fanaticos. Lo ocurrido en Barcelona lo hemos visto en otros lugares en Berlín, Londres o Niza donde otro «camión de la muerte» mató a 80 personas y dejó malheridas a un centenar.

Sabemos que los teóricos de la yihad vienen recomentando a su acólitos como la mejor manera de evitar la filtración de sus macabros planes, el uso de lobos solitarios o «grupos autónomos muy pequeños» que pusieran en marcha «una yihad individual» pero en las ramblas todo ha sido minuciosamente elegido y preparado. El Estado Islámico quería una orgía de sangre y dolor en nuestro país y sus acólitos han seguido fielmente las instrucciones de «usar todo lo que se tenga a mano para causar terror».

La imagen de esta furgoneta de la muerte -que se ha llevado por delante la vida de 14 personas- desgraciadamente no nos es ajena. Muchos inocentes fueron asesinados a manos de ETA con sus mortíferos coches bomba y dejaron también en nuestro país un sombrío paisaje de terror, sangre, y desolación. Da igual que utilicen como excusa la política o la religión ¡qué más da!, es solo eso: una miserable excusa para captar a incautos o malvados.

Las ramblas de Barcelona, el mercadillo navideño de Berlín o paseo de los ingleses en Niza, o los centros de Londres, París o Estocolmo, no eran un campo de batalla sino lugares de encuentro turístico multiculturales y multirraciales. Quieren golpear a todos los «infieles» y da igual el país, la raza, la nacionalidad o la edad porque lo que quieren destruir es nuestro concepto de libertad y democracia y hay que decirles que no tenemos miedo. Si uno de nosotros cae otro cogerá el testigo de la libertad.

Esta fórmula terrorífica del atropello como ataque no es algo novedoso, apareció ya en la revista Inspire en el año 2010, antes de que el IS le hiciera sombra a la organización que por aquel entonces lideraba Osama Bin Laden. «Le damos a nuestros lectores sugerencias de como llevar a cabo la yihad individual. Aquí una idea de como un musulmán podría hacerla. Es una idea sencilla y no requiere mucha preparación.

Todo lo que se necesita es la voluntad de dar la vida por Alá», reseñaba el artículo del que se hacían eco hace algún tiempo los periódicos españoles. «La idea es usar una camioneta como si fuera una cortadora de césped, no para segar la hierba sino para acribillar a los enemigos de Alá», apunta el texto que recomiendaba elegir «los lugares más concurridos» y llevar armas si se tienen al alcance porque «hay algunos espacios que son cerrados a los vehículos en determinados momentos por la concentración de personas», subrayaba el texto.

A medida que avance la investigación tendremos respuestas a nuestras preguntas, pero lo cierto, como he comentado en otras ocasiones, es que estamos en una guerra cruenta muy difícil de batallar porque no tiene fronteras, ni ejércitos, ni objetivos precisos y porque todos somos enemigos de unos asesinos que se regocijan matando en nombre de un Dios inexistente y despiadado que es en realidad una excusa para la sumisión y el adoctrinamiento de gente pusilánime, para llevar a un grado máximo la maldad humana.

Lo de Cataluña ha sido un escenario dantesco que lo que pretende, una vez más, es el amedrentamiento, sembrar el miedo y que ese miedo nos paralice. No es casual que el objetivo tenga que ver con un icono del turismo porque el objetivo es Europa, occidente y todo lo que nuestra cultura representa. Son asesinos, fanáticos que han vuelto a provocar una carnicería.

Nadie está a salvo y por eso aunque nos tiemblen las piernas y se nos rompa el corazón por lo vivido y sufrido, no podemos hacer dejación en la defensa de nuestros valores de libertad, igualdad y solidaridad, esos que hemos sabido construir a lo largo de la historia y debemos defender cueste lo que cueste. Si unos caen otros cogeremos el testigo porque estamos unidos y ni nos arrodillamos. ¡No os tenemos miedo!.

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