¡VOLVED A CÁDIZ!

Cataluña: Hay frases que delatan prejuicios muy pardos

Cataluña: Hay frases que delatan prejuicios muy pardos
Nuria de Gispert. EF

DURANTE siglos, personas de raza negra residentes en prósperos países occidentales tuvieron que soportar un latiguillo repugnante con el que se los zahería: «¡Volved a África!». Un imperativo clásico en círculos supremacistas estadounidenses a lo Ku Klux Klan, o más sutiles, aunque no de menor colmillo.

El mensaje implícito en tal expresión resulta obvio: eres inferior a nosotros y sobras en nuestra tierra. Racismo y xenofobia. Nuria de Gispert i Catalá, abogada de excelente familia, barcelonesa de 68 años y madre de cuatro hijos, es una apparatchik del pujolismo.

Consejera de Justicia, Interior y Gobernación de 1995 a 2003, cuando se acabó la bicoca gubernamental fue recolocada como diputada autonómica y entre 2010 y 2015 se convirtió en la primera mujer que presidió el Parlament, dando el testigo a la admirable Forcadell.

De Gispert pasó durante décadas por moderada -o eso se decía-, una señorona del Ensanche, una demócrata cristiana de Unió. Su padre fue consejero de la Generalitat en los ochenta, su abuelo fundó el Banco de Barcelona; su tatarabuela, chilena, tal vez llegue a beata por sus obras caritativas.

Todavía en 2013, la señora De Gispert advertía que la palabra independencia no entraba en su vocabulario. Hasta que se percató de que el separatismo era la ola buena para seguir en la tabla. Ya abuela, doña Nuria se nos lanza, se suelta el pelo y se suma al clan sedicioso.

Inés Arrimadas García también es abogada. Tiene 38 años y procede de Jerez de la Frontera. Sus padres salieron de un pueblo salmantino y recorrieron España buscando mejor vida.

Durante un tiempo, antes de nacer Inés, vivieron en Barcelona. Tanto y tan bien oyó la niña hablar de aquella ciudad que se enamoró de ella. Andando el tiempo, en 2008, se fue a vivir allí.

Hoy es la líder de Ciudadanos en Cataluña. Esta semana, Arrimadas declaró:

«Cataluña no se puede permitir cuatro años más de «procés»».

A De Gispert i Catalá, significada ya por alguna pulla anterior contra los andaluces, le faltó tiempo para darle réplica:

«Entonces, ¿por qué no te vuelves a Cádiz?».

Le llovieron críticas y la honra que pronto pidió disculpas:

«A veces debería contar hasta diez antes de hablar».

Todo esto quedaría en un chascarrillo desagradable de no ser por lo que denota. Los promotores del golpe separatista no estaban alentados por el ánimo de mejorar la vida de los catalanes.

Jamás se creyeron sus proclamas de que la economía despegaría con la República. Poseían sobrado conocimiento de que su envite zarandearía durísimamente a sus vecinos.

Entonces, si no existía esperanza de mejorar, si incluso estaban dispuestos a pasar penalidades con tal de ser independientes, ¿cuál era su móvil?

Pues muy sencillo: un sentimiento. ¿Y cuál es ese sentimiento tan tenaz, capaz incluso de empañar sus ojos con lagrimillas épicas? Pues a poco que se rasque, el que tan bien ha delatado doña Nuria: somos superiores. Xenofobia en vena.

Así de pueril y rancio. Cataluña para los catalanes de pedigrí y la chusmilla española, ¡para Cádiz! Es deprimente reconocer que no había otro combustible en la obnubilación delincuencial del taimado Junqueras y el pintoresco prófugo de Flandes.

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