Raloch

¿Extraña?

¿Extraña?
Irene Montero y Pablo Iglesias EFE

Se está comentado, tanto en la prensa escrita como en los medios audiovisuales, la dura e implacable reorganización, restructuración, o llámasela como se quiera, de cierta agrupación política. Lo extraño es que los comentarios encierran con frecuencia una nota de asombro, cuando, en mi modesta opinión, los «cambios» eran previsibles dada su ideología.

Si repasamos la historia nos encontramos con que dos posturas políticas, teóricamente enfrentadas a muerte, excepto cuando les conviene, operan de un modo similar.

Nazismo y comunismo son irreconciliables sobre el papel, aún así existió un «Acuerdo de No Agresión» germano-soviético en 1939. En las dos naciones, para llegar al poder sus dirigentes, y mantenerse en él, siguieron los mismos métodos.

Tanto en la Alemania nazi como en la Rusia soviética, el jefe del partido, una vez afianzado en el sillón, descabezó sin piedad cualquier oposición interna, incluso la simple discrepancia. En ambos países, hasta el asesinato de antiguos e importantes colaboradores, que se atrevieron a dudar de la línea marcada por el jefe, estuvo a la orden del día.

En nuestro país, la formación morada surgió con un halo de frescura frente a los partidos existentes. Eran los virtuosos que iban a acabar con «la casta» y sus abusos. Se proclamaban demócratas y defensores de los desheredados de la tierra.

El primer aviso saltó cuando, ante la posibilidad de formar un gobierno de coalición, exigieron no las carteras relacionadas con la sanidad, los temas sociales, la beneficencia, etc., como sería de esperar dado lo que proclamaban, sino aquellas que conforman el núcleo duro del poder. Después se conocieron asuntos, difíciles de entender de algunos de sus líderes, como el de aquel que, en un ejercicio de hipocresía, criticó duramente, rasgándose las vestiduras, a las personas que tenían empleados domésticos sin asegurar y cuando se descubrió que él tuvo uno, se limito a decir que lo suyo había sido un error. Si lo hago yo, soy culpable, si lo haces tú, es un simple fallo. ¿A que jugamos? Viva la igualdad.

Este partido en cuestión, celebró hace un año un congreso nacional, denominado Consejo Ciudadano, en el que tras una guerra sin cuartel contra la otra corriente de opinión, salió triunfadora la del actual líder. Éste se apresuró a afirmar, «Hay un mandato unánime para este Consejo Ciudadano, hay un mandato unánime para este secretario general: unidad y humildad» Palabras muy bonitas en un mensaje que podía denominarse de paz y amor.

¿Cuáles han sido los hechos? Traicionado por su vena nazi-comunista, el ganador se ha convertido en jefe indiscutido e indiscutible.

En el plano laboral, haciendo gala de su preocupación por las clases más desfavorecidas, parece ser que ha puesto en la calle a la tercera parte de los trabajadores de la sede nacional, no afines a su línea política, de forma dudosamente legal y no por dificultades económicas de la organización.

En el plano político ha relegado al máximo, prácticamente a todos sus oponentes en el Consejo Ciudadano, sin importarle el trabajo, por importante que fuese, que hubiesen hecho para el partido. Hasta al cabeza de su oposición, y antiguo gran colaborador, ha humillado públicamente, mandándole al gallinero en el Congreso.

Si con los suyos da estas muestras de lo que entiende por «unidad y humildad», ¿qué pasaría si algún día llega a gobernar? No es difícil imaginarlo. Su palabra sería, ley. Todo el que tan solo pusiese en tela de juicio sus actuaciones, sería un enemigo al que habría que anular. Tendríamos a un nuevo mesías, que como otros, echaría la culpa de los males al pueblo, por no comprenderlo, puesto que él es la verdad y la razón.

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