Santiago López Castillo

No me saquen la lengua

No me saquen la lengua
Santiago López Castillo. PD

España es el único país del mundo en el que un tercio de la población prohíbe su idioma oficial. No me imagino, por ejemplo, que en Gran Bretaña se sancione por hablar inglés. Nos hemos vuelto locos. Quiero decir ellos; las huestes de Puigdemont, el fugitivo. Los locos independentistas han cogido como ariete destructivo el español, que no castellano (art. 3, 1 de la Constitución). Se creen que Franco creó nuestra lengua, y el águila de San Juan, y la bandera española, que tuvo su especial debate en la Carta Magna y en el que el entonces senador Cela impuso esta definición: «roja, amarilla y roja». Después, en 1981, el diputado Luís Solana, con la aquiescencia de su superior Peces-Barba, concretaría el escudo que desde entonces va prendido a la enseña, nada de «la roja», que tiene marchamo político, y hasta Ághata Ruiz de la Prada pone su mano en la tetica en señal de respeto y Marta Sánchez nos muestra su patriotismo envuelto en valiosísimos ovarios.

Y ahora -aunque las comunidades ondeen sus banderas regionales- todo son esteladas y cuatro barradas y aldeanas, incluso la del pirata Drake, todo por la libertad territorial, ¡manda huevos! Se han puesto como hienas porque el Gobierno quiere que se cumpla la ley. Y vuelta a las multas en los comercios y a los niños «españoles» castigados dentro de los pupitres. Estos irresponsables republicanos que se llenan la boca con la justicia social y no se dan cuenta de que quienes tienen posibles son los primeros de la clase y pueden salir al extranjero con el español y el inglés. Ya lo sabía Pla, que por mucho catalán con boina que vistiera no pasaría de payés.

Es la segunda o la tercera lengua del orbe. Quinientos millones de hispano hablantes nos contemplan. Es el «mayor signo de nuestra condición humana». Lo dijo, y perdurará por siglos, el aserto del gran escritor Octavio Paz desde allende los mares. Guardo su discurso en el I Congreso Internacional de la Lengua Española (1997). Y en mis anaqueles moran de vivos los libros de Julián Marías sobre el idioma, y de Lázaro Carreter con el dardo en la palabra, ay.

Me siento abochornado como escritor y humilde purista del lenguaje que soy cuando oigo estas perlas oxidadas: «Me mola», «Poner en valor», «Actorazo», «La peli», el «prota», «Una parcelaza»… Y una mierda, señores de la RAE, que ni brillan ni dan esplendor. Están perdidos y tampoco se les espera. No es de extrañar que en muy poco tiempo nos comuniquemos con el lenguaje de los simios. Al menos se evitarían las faltas de ortografía.

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