Debo ser un bicho raro, porque no estoy de acuerdo en nada. Ya no me cabreo como antes, porque uno desarrolla defensas psicológicas con la edad, pero discrepo en casi todo con los políticos, los expertos y hasta con mis colegas periodistas.
Seguro que están al tanto de la que se ha montado en torno al Mobile World Congress y la cantidad de voces que se han alzado alarmadas, ante la posibilidad de que los organizadores se lleven el evento a otro lugar, si persisten las protestas en Barcelona y las autoridades locales perseveran en sus tontadas.
Desde Rajoy al Rey pasando por el presidente de Telefónica han lanzado sombrías advertencias e insistido en que sería una ‘catástrofe‘.
Pues a mi me importa un comino. Me encantaría que el próximo año trasladaran el MWC a Ponferrada o Monforte de Lemos y que esos 500 millones de euros que deja el gran guateque tecnológico, beneficiaran a los vecinos de esas localidades, pero caerá esa breva.
Lo más probable, si Colau, Torrent, los de la Cup y toda esa chusma siguen dando la tostada, es que acabe en Abu Dabi y les confieso que no me pena.
Con estas cosas me esta pasando lo mismo que con el Barça. Todavía recuerdo el día de 1985, en que los azulgranas jugaron en el Sánchez Pijuán de Sevilla la final de la Copa de Europa contra el Steaua.
Estaba yo en Bucarest, vie el partido en blanco y negro con un viejo republicano exilado y una panda de agentes de Ceaucescu y me sentí fatal cuando los rumanos se impusieron en la panda de penaltis. Y no sólo por el cachondeo de los locales, sino porque asumía que España había salido deportivamente derrotada del envite.
Si me pasase ahora, creo que hasta lo celebraría. De hecho, estoy tan harto de la politización del Camp Nou, de las bravatas de Guardiola y del papel instrumental que desempeña el Barcelona F.C. en la causa independentista, que me alegro cada vez que un club extranjero le moja la oreja.
Claro que hay millones de catalanes estupendos, que merecen lo mejor, pero si a la hora de la verdad eligen para que les gobiernes a unos cenutrios, que pechen con ellos. Se lo han ganado a pulso.
ALFONSO ROJO