Análisis

Santiago López Castillo:»La señal de la cruz»

Santiago López Castillo:"La señal de la cruz"
Los jóvenes portan la cruz

Da la sensanción de que a la Moncloa hubiera llegado un cura anti exorcismo. La fantasía del tal Sánchez es impagable. Debe venir producida por el ingenio del guionista de la película de Meter Blatty, óscar en 1974. Mas al contrario que en la película, el demonio es el regidor de las calderas de Pedro Botero pero para toda la vida. Lo que le jode, claro, es que exista la señal de la Cruz pero no la Cruz Campo.

Sánchez, ese hombre, odia el signum crucis, la Cruz de Cristo. Es un Atila trajeado en El Corte Inglés, planta de caballeros. Está haciendo desaparecer la seña de identidad del cristianismo. La religión, la sagrada familia, y todo lo que huela a incienso. Pero, sobre todo, la cruz granítica del Valle de los Caídos.

– ¿Dónde mora Francisco Franco…?
– El mismo que vestía y gastaba poco, por cierto.

Menos mal que este pazguato no ha leído mi obra «La cruz de la santera» que si no me manda a un propio para descerrajarme. Más que al Caudillo, lo que le jode a este predicador del zapaterismo son los símbolos del cristianismo, aunque los camufle con la corriente del «humanismo cristiano»: venid y vamos todos y especialmente en pateras.

Debe desconocer el indocumentado nieto del general Castejón que lo que identifica a Occidente es la cruz. Y con la cruz salieron los cruzados, y a ella se asieron los santos, los niños querubines, los miles de inocentes que fueron fusilados en Paracuellos, ora pro nobis, los sacerdotes y religiosas que abrazaron la fe de Cristo, los monumentos e imágenes eclesiales… Ése era el Frente Popular, comúnmente llamados «rojos», que, con aviesa intención, llaman a la selección española de fútbol «la roja», y una mierda. Los que provocaron la guerra civil, que no Franco, el único que derrotó al comunismo y eso les jode. Así que 80 años después los herederos del marxismo-leninismo, con coleta o sin coleta, con corbata o sin ella pero con traje de El Corte Inglés, reivindican la victoria inexistente. «Cautivo y desarmado el Ejército nacional… la guerra no ha terminado». Empieza ahora.

Esta panda de indocumentados sobrevive gracias a la protección del régimen franquista, porque si fuera por ellos mismos o su manada no hubieran nacido. Sería la consecuencia de su infinito odio al cristianismo evidenciado por la práctica del aborto y la eutanasia en ciernes. O sea, la cultura de la muerte. De ahí la conocida frase de Carlos Marx: «La religión es el opio del pueblo». Bien le valdría a este indocumentado ser por asalto a la Moncloa conocer el pensamiento de los pontífices, entre los que sobresale Pío XI cuando declara que «el comunismo es intrínsecamente perverso».

La actual Conferencia Episcopal española calla, luego otorga, con las graves amenazas del iluminado Sánchez sobre el Valle de los Caídos y la profanación de tumbas cuyos moradores evitaron más ríos de sangre consagrada. El que no la hace, no la teme.

Mientras tanto, vibra la exaltación por el orgullo gay y otras desviaciones sexuales (LGTB). ¿Oído? Marchando…

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