Unas décadas más tarde y, tras una prolongada crisis financiera, el pueblo mejor educado de Europa sucumbió al nazismo
El artículo lo firma Javier Muñoz en ‘El Correo’ y por su indudable interés general, lo reproducimos sin tocar una coma:
«En este país, al contrario que en el resto de la OCDE, saber más no se paga mejor: ¿para qué estudiar?».
La denuncia es de Luis Garicano, catedrático de Estrategia y Economía de la London School of Economics.
En una entrevista publicada esta semana, Garicano pidió al futuro Gobierno, junto a otras medidas de choque contra la crisis económica, que conceda «prioridad absoluta» a la reforma de la Educación.
A ese asunto se ha referido también, aunque desde una perspectiva opuesta, el catedrático emérito Jordi Llovet, autor del ensayo ‘Adios a la universidad. El eclipse de las Humanidades’.
Ese docente acusa a los impulsores del plan Bolonia de haber introducido «la mano neoliberal» en la enseñanza superior. Y se lamenta de que la universidad se esté convirtiendo en «una empresa», cuando su función es formar «ciudadanos civilizados».
Garicano y Llovet plantean las dos cuestiones que hay que resolver antes de emprender una reforma educativa.
¿Quién es un ciudadano civilizado? ¿Y cuál es su utilidad? Desgraciadametne, la contestación nunca ha estado clara. En 1792, el ciudadano alemán Tobias Smichdt, un fabricante de clavicordios establecido en Estrasburgo, recibió un singular encargo de la Asamblea Nacional francesa: construir la primera guillotina para que los delincuentes comunes y los traidores a la Revolución recibieran una muerte rápida, humanitaria e igualitaria, como propugnaba el doctor Guillotin.
Al ladrón Pelletier, condenado por robo con violencia en la vía pública, le cupo el honor de estrenar el artilugio, diseñado tras una conversación que Smichtd mantuvo en casa del verdugo Sanson. «¡No quiero morir!». exclamó Pelletier camino del cadalso.
Un siglo después de la invención de la guillotina, que posibilitó la ejecución colectiva de la aristocracia francesa, la discusión sobre cómo ser civilizado y útil a la vez caldeó las universidades alemanas. Y el motivo fueron las quejas contra los cambios del sistema de enseñanza, que en aquel país se había orientado hacia el desarrollo tecnológico y profesional.
A finales del XIX, los universitarios alemanes sentían aversión hacia los químicos y los ingenieros, a quienes consideraban simples mecánicos, razón por la cual los excluían de la comunidad científica. Un profesor se quejó al kaiser Guillermo II de que el empeño en equiparar a los titulados de las politécnicas con los licenciados de las facultades minaría el genio nacional, un rasgo que había engrandecido la literatura, la música y la ciencia germanas.
Pero el emperador desoyó las protestas. «Yo no quiero escuelas que produzcan ciudadanos griegos o ciudadanos romanos.
Quiero escuelas que produzcan eficientes ciudadanos alemanes», escribió hacia 1890. La cita aparece en el libro ‘Pequeñas crónicas’ (Editorial Crítica), una recopilación de artículos publicados por el historiador italiano Carlo M. Cipolla. Éste recuerda que el despegue científico y económico que registró Alemania a finales del XIX, y su victoria militar sobre Francia en 1870, se debieron a los cambios que habían introducido en sus instituciones educativas durante las décadas anteriores.
«El avance alemán -resume- no era ni disimulado ni latente, sino bien a la vista y prepotente (…) La mayoría lo atribuía al tipo de escuela del que Alemania se había dotado».
La pujanza de Alemania despertó la preocupación, pero también la curiosidad fuera de sus fronteras. Estados Unidos envió un inspector en 1902 para que hiciera un informe sobre su modelo de enseñanza. Por todas partes encontró ingenierías, institutos, escuelas de comercio, de industria textil, de trabajo manual… Aquella red de centros había ayudado a incrementar la productividad de las empresas y mereció por ello unánimes elogios.
El salesiano italiano Luis Boccardo escribió a finales del XIX: «Los alemanes han comprendido antes y mejor que nadie que sería inútil pretender vivificar y perfeccionar una enseñanza superior eficaz sin haber creado antes una organización fecunda y vigorosa de los estudios medios, y que igualmente estos no pueden florecer si no reposan sobre la base firme de un buen régimen de escuelas elementales».
Sin embargo, unas décadas más tarde y, tras una prolongada crisis financiera, el pueblo mejor educado de Europa sucumbió al nazismo.