La perversa mezcla de dinero, tecnología del siglo XXI y una mentalidad del siglo XIII

En el nombre de un Dios salvaje

El mantra que hay que repetir si te dedicas a la política o el periodismo es que el Islam es respetable y que la mayoría de los musulmanes es gente de paz, que rechaza el terrorismo yihadista.

No voy a decir lo contrario, pero no se puede pasar por alto que los autores de casi todos los grandes atentados de las últimas dos décadas han perpetrado sus masacres invocando el nombre de Alá y que son un fenómeno raro las manifestaciones callejeras de seguidores del Profeta Mahoma condenando a los decapitadores.

Por mucho que nos repugne, son esas bandas de barbudos misóginos y sedientos de sangre quienes monopolizan la voz de un mundo rico en matices y acentos, pero en el que marcan la pauta los que usan a Alá como excusa para violentar, fanatizar, esclavizar y matar.

No se trata de un fenómeno salido del hambre y la desesperación. Lo que pomposamente se hace llamar Estado islámico es un movimiento millonario, alimentado por el contrabando de petróleo y las donaciones que llegan de Arabia Saudí y los Emiratos del Golfo.

Y lo que lo hace letal es la perversa mezcla de dinero, tecnología del siglo XXI y una mentalidad del siglo XIII.

No hay negociación posible, ni posibilidad alguna de convertirlos. Son impermeables y la única opción que resta es destruirlos, como ha terminado descubriendo Obama, a fuerza de ver en Youtube como cercenaban la cabeza a periodistas norteamericanos.

El camino es complicado, porque nuestras sociedades, acunadas en la democracia, la Seguridad Social y la vacaciones pagadas, no tienen estómago para asumir el coste humano que implicaría poner tropas sobre el terreno.

A falta de eso, la alternativa es bombardear sin piedad y asumir que, en el proceso, reforzaremos en el poder a sátrapas como Asad.

No es un plato de gusto, pero no nos ayudaría a digerirlo una charla con los libios, a los que ‘libramos’ del esperpéntico Gadafi y ahora son martirizados por pandillas de alucinados. También nos podrían decir algo los iraquíes.

 

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