La carrera (hacia la salida) de Gallardón.

MADRID, 13 (OTR/PRESS)

Quienes me conocen saben de mi escasa afición por la figura política de Alberto Ruiz-Gallardón, el todavía -creo que no por mucho tiempo: se irá al Gobierno con Rajoy_ alcalde de Madrid. Faraónico, manirroto, poco escrupuloso con la palabra dada, ambicioso sin límites. Creo que el bienestar de la ciudadanía no es precisamente el principal motor de sus actividades. Pero, al tiempo, es un visionario al que no podemos negar una dosis considerable de valor a la hora de plantear y proyectar sus planes. A nadie deja indiferente: a Gallardón se le ama o, como es mi caso, lo confieso, se le aborrece. Políticamente, por supuesto.

Y, sin embargo, tapándome la nariz, los ojos y los oídos, reconozco que apoyo sus planes para que Madrid, o sea, España, se haga con los Juegos Olímpicos de 2020. Un año que debe ser emblemático para la sociedad española: hay que poner la mirada en el final de esta década como el punto álgido de nuestra recuperación económica y, sobre todo, moral. Que, como se sabe, las crisis se combaten con buenas dosis de confianza y de optimismo. Con proyectos comunes de nación. Así, me parece, lo han entendido las fuerzas políticas en su conjunto, y, pese al ambiente generalizado de crisis existente en las conciencias y en los bolsillos, han aprobado la idea gallardoniana.

Quién sabe: quizá le quepa la suerte, a este Gallardón lleno de oscuros -y de claros–, de ser el aglutinante de esta ilusión colectiva, una vez más. Ojalá que esta vez gestione el proyecto de manera menos sectaria y olvide sus egoísmos y sueños de gloria particulares. Adelante, pues; a por las Olimpiadas de 2020, año que, por muchas razones, debe ser emblemático para los españoles. [email protected]

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