Bitácora

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Francisco Franco y Pío Moa

Justo Serna, Martes, 8 de noviembre 2005
Muchos ‘criticaban’ mis libros sin haberlos leído siquiera, y hasta jactándose de no tener intención de leerlos”, dice Pío Moa en la “Nota final” de su último volumen, titulado ‘Franco'. Un balance histórico’ (Planeta, 2005). Yo sí que he leído al autor y sí que he llegado hasta el final del volumen dedicado al dictador. Las palabras que siguen reflejan mis impresiones, evidentemente: las impresiones de un historiador académico, uno de tantos, uno de esos tan denostados por el escritor. De hecho, no una, sino varias y distintas veces habla de la actitud cerril, mendaz, de la historiografía española, refiriéndose a investigadores muy distintos, refiriéndose así, en plural, a colegas que querrían silenciar a Moa, refiriéndose, en fin, con una generalización inaceptable.

Qué decir de quien alude con desdén a tantos profesionales que se han dejado las pestañas durante años en archivos polvorientos, consultando documentos de primera mano que Moa, por ejemplo, no refleja ni cita ni maneja en su último libro. Bien mirado, un balance histórico, según reza el subtítulo, que no emplea fuentes primarias o que no se basa en archivos sólo puede ser una contribución vicaria cuya única originalidad reside en las interpretaciones. Y, en efecto, el principal aporte de Moa no es la revelación, el acopio documental, sino las glosas a lo exhumado o aportado por otros, las correcciones o hipótesis explicativas que añaden lo que un tercero supuestamente no habría dado.

Pues bien, este volumen, que aprovecha los treinta años del fallecimiento de Franco, no es una biografía, sino... ‘un ensayo’. ¿Por qué razón? Porque escribir una biografía lleva tiempo, mucho tiempo, supone examinar fuentes, recolectar datos y más datos, abrir nuevos archivos, informaciones, en fin, que añadan algo que no existía previamente, algo que se desconocía. Nada de lo que Moa aporta se ignoraba. Por eso se acoge al expediente de un género dignísimo, pero muy socorrido cuando no se quiere trabajar en archivos: el ensayo. Indicaba, precisamente, Robert Musil en unos de sus ‘Ensayos y conferencias’ (Visor, 1992) que este género permite “el máximo rigor accesible en un terreno en el que no se puede trabajar con precisión”. ¿Y cuál es ese terreno? Aquel en el que confluyen, por un lado, la ciencia, y por el otro el arte y la vida. No hay solución total a ciertos enigmas planteados, sólo soluciones parciales a partir de un orden que respeta la lógica y con un encadenamiento de hechos que no es observable en general sino en particular, añadía.

Pues bien, Moa incumple punto por punto las reglas del buen ensayista: Franco es un terreno sobre el que se puede trabajar con precisión desde hace años y lo que aporta no refleja el mayor rigor accesible en el uso documental, sino la interpretación menos informada. ¿Por qué digo esto? Porque el modo de argumentar que tiene entraña un empleo dudoso de las fuentes y de los testimonios. Cuando éstos se atienen a la tesis previa que se desgrana en el libro, cuando aquéllas se ciñen a lo que quiere sostener, entonces se cita al adversario, incluso al enemigo, de quien se podrá tomar una u otra frase que se acomode al esquema interpretativo. Cuando así ocurre, Moa no se pregunta por la verdad de ese testimonio. Sin más admite la certeza o el acierto, justamente porque confirman lo que él ya sabía de antemano. Cuando, por el contrario, el documento (del mismo testimonio, por ejemplo) contradice el hilo argumental, entonces lo atribuye a la falsedad o a la doblez o a la ceguera o a la ignorancia del testigo. Es decir, el expediente del ‘ensayo’ (género nobilísimo donde los haya) le sirve para justificar su pereza documental o para legitimar sus temeridades interpretativas con frases sacadas de texto o de contexto.

En realidad, el volumen de Moa es subsidiario del libro que Paul Preston dedicara al dictador (“el buen Preston”, dice con condescendencia), y con la excusa de corregir “su habitual arbitrariedad” sorbe sus contenidos de manera parasitaria. ¿Con qué fin? Por supuesto, con el propósito de desmontar la ‘industria antifranquista’ que habría ido nutriéndose del cadáver del Caudillo. Pero, más importante aún, con el fin de establecer una analogía entre el desorden revolucionario de tiempos republicanos con el hoy que aterra a Moa, entre la guerra civil que habrían querido y organizado los socialistas desde 1934, según sostiene, y la actual deriva de Rodríguez Zapatero. “Las reformas emprendidas en el bienio izquierdista resultaron en su mayoría un fiasco, aparte de acompañarse de un sectarismo, violencia y crispación social que las volvían harto indigestas para la mayoría de la sociedad”.

Leyendo a Moa uno no tiene la impresión de leer un volumen dedicado a otro tiempo, sino que se está ante un ajuste de cuentas con el presente, un presente que se proyectaría implícitamente sobre el pasado. A esta operación indebida, en historiografía la llamamos anacronismo. Y es un anacronismo el reproche que el autor hace a la sociedad española, por su actitud distante ante el dictador benevolente: “una sociedad que no sepa reconocer y apreciar los méritos de quien la ha beneficiado está condenada a seguir a demagogos enterradores de Montesquieu, infinitamente ansiosos de paz con los terroristas y de buen rollito con los separatistas y con los dictadores que más amenazan a su país”. Que esa sea la conclusión de un balance histórico dedicado a una dictadura resulta un extravagante desenlace para un volumen que se presentaba no como un panfleto sino como un ensayo.

El libro de Pío Moa, además de los paralelismos entre el ayer y el hoy, tiene otro propósito más insólito o pintoresco si cabe: justificar y legitimar los principales actos del Generalísimo, y ello con el objetivo de mostrar su clarividencia, su sagacidad, su pericia política, diplomática, doctrinal. Dice de Franco, por ejemplo, que “no cultivó ni alentó expresiones de odio tan furiosas como las despertadas por él en sus contrarios”, incluso que supo emprender un camino hacia la ‘autolimitación de poderes’, lo propio de una persona sencilla y recta que nunca ambicionó nada para sí. ¿Y en qué se basa para hacer tal análisis psicológico, justo cuando había prometido desdeñar las explicaciones ‘psicologizantes’?

Es precisamente el ‘odio de los comunistas’ (y Moa lo fue, como miembro del GRAPO) lo que le sirve al autor como acicate o punto de partida. Tal vez, dice, porque la dictadura de Franco fue “uno de los pocos fracasos graves de Stalin”. Es tal la hipérbole con que ensalza Moa al General, al General Franco, que el lector se pregunta ciertamente por qué los españoles nos empeñamos en sustituir un régimen unipersonal por otro parlamentario y liberal. ¿Porque Franco no tenía recambio? Si Franco era la única solución de su régimen, entonces algo funcionaba mal en su sistema. Si el riesgo del comunismo justificaba al dictador (un comunismo extremista, de índole terrorista incluso, que Moa abrazó como tardío antifranquista), entonces la larga duración del franquismo no se explica adecuadamente en sus páginas. Hubo, ciertamente, una falta de concordancia y de solidez en el antifranquismo, un republicanismo o un antifranquismo del que el autor siempre acaba por destacar su condición masónica; hubo consentimiento pasivo de las clases medias hacia un régimen de orden, pero hubo también una represión que en el libro de Moa se desdibuja y se matiza y se contextualiza: una manera de restarle crueldad a un coloso que nos habría salvado del comunismo expansionista posterior al 45, un coloso que, admite, se pareció mucho –al menos, en principio— al tirano nazi y al déspota del fascismo.

¿Qué es lo que le salvó de recaer en los mismos errores de aquellos regímenes? Pues su misma esencia católica... y punto: Francorechazó siempre el carácter paganoide de éstos, se mantuvo católico y no alentó la presencia o movilización de las masas en la política”. En fin..., ¿para qué seguir? Un libro como el de Moa será muy apreciado entre sus conmilitones de hoy, pero carece de la base metodológica e historiográfica suficiente como para resistir su comparación no ya con otras biografías del dictador sino con otros ensayos sobre el franquismo.

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