Todos los candidatos socialistas -ya lastrados por la caída en picado de Zapatero- irán a las elecciones de mayo con la rémora que el PSC ha colocado sobre sus cabezas
Apenas estrenado el cargo, Artur Mas ya ha soltado una buena. El flamante presidente de la Generalitat de Cataluña afirma circunspecto que una victoria del PP por mayoría absoluta en las elecciones generales sería perjudicial para los catalanes.
Y coherente con eso, exlcama:
«Dios no lo quiera, porque no sería bueno para Cataluña».
Lo ha hecho en una entrevista-masaje que le ha servido en bandeja TV3, la cadena autonómica que echaba incienso al Tripartito y a partir de ahora bailará el agua a CiU.
«Para evitar una eventual mayoría absoluta del PP, el PSOE debería afinar muy bien en su oferta electoral y en sus liderazgos»
«Sólo una reacción del PSOE podría conseguir que el PP no ganara con mayoría absoluta, algo que no nos iría bien y no sería una buena cosa para Cataluña».
Preguntado por cómo ve sus relaciones con el presidente Zapatero, el satisfecho Artur Mas asegura:
«Me entenderé con él, pero mantendré una prudente distancia».
De Montilla y el PSC, que parecen estar subyugados por CiU y dispuestos a servir de sacrificados ‘compañeros de viaje‘ en la peripecia nacionalista, sólo ha dicho lindezas.
El sucesor de Pujol fue investido este jueves, 23 de diciembre de 2010, presidente de la Generalitat gracias a la abstención del PSC.
Así pues, el Gobierno de CiU iniciará su andadura bajo el signo de la llamada sociovergencia, que parece consistir en que los socialistas catalanes asuman sin rechistar los postulados nacionalistas, tanto cuando gobiernan -en los últimos siete años de tripartito- como cuando están en la oposición.
El despeñadero político por el que se está deslizando el PSC resulta incomprensible, habida cuenta de que acaba de perder la mitad de su electorado precisamente por no ser capaz de poner en marcha desde la Generalitat una alternativa al nacionalismo imperante.
El acuerdo logrado entre CiU y PSC -una vez que Artur Mas renunció a buscar los votos del PP para su investidura- compromete a ambos a pactar en lo que llaman «temas de país», de los cuales el más importante en este momento es rebelarse contra el Tribunal Supremo incumpliendo las sentencias que obligan a la Generalitat a garantizar la enseñanza en castellano como lengua vehicular.
El nuevo presidente catalán ya advirtió durante su debate de investidura que la doctrina del Supremo no le incumbe porque pocas familias solicitan la escolarización de sus hijos en castellano, ya que es la enseñanza en catalán lo que «los integra en un país que tiene una lengua desde hace 800 años».
El catalán integra, el español margina. Ese es el mensaje del nacionalismo, que parafraseando al flamante Nobel Mario Vargas Llosa en su discurso ante la Academia sueca, es «una plaga incurable del mundo moderno».
Una plaga que en el caso de Cataluña resulta especialmente asfixiante porque el partido mayoritario de la oposición es el que apuntala y legitima las tesis nacionalistas de marginación del castellano, la vulneración de la legalidad y la desobediencia ya anunciada al Supremo.
Por increíble que pueda parecer, Montilla -que ya pagó cara en las urnas su rebelión contra el Constitucional- sigue al frente del PSC tomando las decisiones.
Habrá pocos ejemplos en el mundo democrático de un líder que coseche los peores resultados de la historia de su partido y no se vaya a su casa después del recuento de la última papeleta.
Como subraya el diario El Mundo en su editorial, es lo que hizo Almunia tras las generales de 2000 y ni siquiera el descalabro fue tan grande como el que ha sufrido el PSC. La pulsión suicida de esta formación resulta inaudita.
De seguir por ese camino, acabará convirtiéndose en una formación irrelevante, ya que el papel de la oposición en Cataluña lo asumirá el PP.
Del mismo modo, resulta incomprensible, a la par que escandaloso, el respaldo que desde el Gobierno socialista se ha dado al «acuerdo de país» con CiU.
El vicepresidente Rubalcaba defendió ayer, incluso con entusiasmo, un pacto cuya primera finalidad es desobedecer al Supremo.
Parece increíble que el portavoz del Gobierno eluda una respuesta política a la doctrina del tribunal alegando que no se ha leído la sentencia. He ahí el cinismo del Rubalcaba de siempre.
Es evidente que el entendimiento sociovergente le puede facilitar la vida -política- a Zapatero en el Congreso, aunque no debería fiarse mucho después de lo que le pasó con la ley Sinde.
Lo que está fuera de toda duda es que el pacto con CiU será letal para el PSOE en el resto de las comunidades e incluso en ayuntamientos catalanes importantes, como los de Barcelona y su cinturón.
Todos los candidatos socialistas -ya lastrados por la caída en picado de Zapatero- irán a las elecciones de mayo con la rémora que el PSC ha colocado sobre sus cabezas, con la aquiescencia del Gobierno, que, como los náufragos, sólo parece pensar en su propia supervivencia.