Hace apenas tres días, Cataluña tenía un pésimo President al frente de un pésimo Govern, pero se acostaba por las noches soñando que había descubierto a su Simón Bolivar. Artur Mas era una réplica de El Libertador, una «burbuja mediática» especulativa, un héroe con pies de barro sostenido por las columnas de opinión de La Vanguardia y un ejército mayoritario de 62 parlamentarios. —VER ILUSTRACIÓN—
Tan sólo tres días después, el glorioso General está metido de lleno en un laberinto, su partido expuesto a cien años de soledad, su proceso soberanista amenazado por la posible crónica de una muerte anunciada y su biografía política condenada a ser cubierta por la hojarasca, entre el otoño del patriarca Jordi Pujol y una realidad mágica que ha iluminado la literatura de Gabo, pero deja en penumbra los próximos capítulos de historia de Cataluña.
Es el mismo inepto President con la misma mediocre plantilla para diseñar un equipo de gobierno. Pero con su ejército parlamentario reducido a 50 diputados desconcertados, con el Palau de la Generalitat sitiado por ERC, con la próxima sesión de investidura hipotecada por Oriol Junqueras, la mano que puede mecer la cuna, y con un Madrid y Bruselas digiriendo la lección que acaban de darle los catalanes el 25-N: que el Honorable y su cuadrilla no son tipos de fiar.
Un mal President; un Rey Arturo de pacotilla
Este es el desolador paisaje de Cataluña después de la batalla. Siguen sin salirle las cuentas, la deuda y sus intereses, el déficit, los pagos a proveedores, el número de ciudadanos por debajo del umbral de la pobreza, el 22% de parados, los obscenos gastos en decorados (embajaditas, parafernalias, bombo y platillo mediático, chiringuitos, subvenciones clientelares, asesores, etc), y encima tampoco han podido creerse el cuento de Camelot, su Rey Arturo, sus caballeros de la tabla redonda y la búsqueda de un Santo Grial genuinamente catalán que, entre las oscuras telarañas de CIU, va a pasar a la historia como un camelo.
… Y Cataluña cayó de la burra
Antes del 25-N, los catalanes sabían que Artur Mas y sus templarios convergentes les estaban llevando a la ruina. Que Cataluña y su capital Barcelona eran cada vez menos bonas porque sus bolsas no sonaban. Pero, al menos durante unos meses, entre fanfarrias mediáticas y fuegos artificiales orales, cerraron los ojos y se aferraron al clavo ardiendo de un Simón Bolivar de pacotilla, un Libertador sintético, un Houdini capaz de practicar el escapismo nacional, hacerles aparecer en Europa como miembros de pleno derecho y transformarlos en siete millones y medio de aves Fénix resurgiendo de sus cenizas. Como además ladraba Madrid, se habían ido convenciendo de que estaban cabalgando.
Hasta que Bruselas les hizo caer de la burra y empezaron a comprender que era más difícil que Cataluña entrase como Estado en la UE que la posibilidad de que un camello pasase por el ojo de una aguja. Ese fue el punto de inflexión para un pueblo genéticamente pragmático.
Lo que animó al personal a batir el record de participación en las urnas. Lo que ha dejado Cataluña divida en unionistas añejos, independentistas cosméticos, separatistas fanáticos y ciudadanos que prefieren España en mano que pájaros europeístas volando exclusivamente en la cabeza de Arur Mas.
¡L´hem cagat, nano!
Total. Que le han renovado el contrato al inquilino del Palau de la Generalitat, pero con «okupas». Que el nuevo Govern se puede conformar con acuerdos entre perdedores (CIU-PSC) o a través de un crédito hipotecario con ERC, pagando unos intereses ideológicos y presupuestarios que pueden llevar a la ruina, al desahucio político, a la industria de Poder más solvente de Cataluña, fundada por la familia Pujol cuando en España se abrió de nuevo el libre mercado persa de la política. Que Cataluña sigue en manos de un funesto Presidente, con perspectivas de un nuevo gobierno de inútiles gestores y sin el espejismo fugaz de un líder bolivariano. «¡l´hem cagat, nano!»
Durán i Lleida y la sombra del Costa Concordia
Ahora, Divergencia i Desunió de Catalunya se encuentra ante la encrucijada más compleja de su historia. Este Artur Mas mesiánico, enloquecido, incapaz de mirar hacia atrás y contar cuántos han dejado de seguirle, se ha convertido en un peligroso jabalí herido.
Antes de las elecciones estaba indignado con «El Mundo» con comillas de Pedro Jota, pero ahora está cabreado con el mundo en general sin comillas, con miles de catalanes anónimos, empresarios, profesionales, gente corriente, sospechosos de haber cometido alta traición contra el hipotético Estado catalán construido en el aire por la calenturienta imaginación del Honorable, con la inestimable colaboración de los jóvenes talibanes de Convergencia de Catalunya.
¿Qué estará pensando de todo esto Durán i Lleida, el gran maestro de la logia de supervivientes políticos? ¿Está dispuesto a encallar en las rocas de ERC, como el Costa Concordia encalló en la isla de Giglio? ¿Va a seguir a bordo del barco de CIU?
¿Se fía de un Artur Mas que presenta síntomas cada vez más parecidos al tristemente célebre capitán Francesco Schettino? Esa es otra de las cuestiones que se despejarán en las próximas semanas. La primera es en qué compañía, PSC o ERC, decide Artur Mas iniciar su lento e irreversible suicidio político ante Dios, los catalanes y la historia.