La denodada ansia de Artur Mas de figurar como un héroe en la apoteosis final del catalanismo

La sonrisa del rey Arturo

La sonrisa del rey Arturo
Artur Mas. CAT

¿Qué misterios se esconden tras la enigmática sonrisa de Artur Mas? En ella hay que ver burlas, desafíos y satisfacciones, pero también una denodada ansia de figurar como un héroe en la apoteosis final del catalanismo

Aunque la situación catalana actual es portadora de un sinfín de misterios por desentrañar, uno de los más desconcertantes es el de intentar averiguar qué ignotos arcanos se esconden tras la enigmática sonrisa del «molt honorable» Artur Mas, la cual, aunque dibujada desde siempre en su rostro impenetrable por su ADN catalanista, tomó carta de ciudadanía en el circo mediático a raíz de la tremenda pitada al himno nacional durante la última final de la Copa española.

Hay múltiples hipótesis sobre ella, pero, como estamos hablando del rey Arturo, quizá la primera explicación al misterio haya que buscarla partiendo de su corte en el reino de Camelo -por aquello de que estamos hablando de un gran embaucador-, donde, viéndole el canalillo a su adorada Ginebra, el ardor viril le esculpe esa sonrisa sardónica en el rostro, a la vez que le agita la mente con un pensamiento turbador:

«Esta noche me prepararé un «gin-tonic» muy, muy especial».

También puede deberse ese rictus al entusiasmo contenido que le produce ver sentados a su «Tabla Redonda» a multitud de personajes prestos a jalearle con su incienso y el ondear trémolo y pajarero de las esteladas. Por ejemplo, por aquí tenemos a Karmele Marchante, rebozada en la banderita, como si fuera «Miss Cataluña» guiando al catalanismo en un «revival» del famoso cuadro «La libertad guiando al pueblo». Otro invitado es el pelotari Sabino Cuadra, luciendo camiseta estelada y rompiendo con alevosía la Constitución… incluso el cimarrón Willy Toledo, haciendo la pelota a los filobatasunos de la CUP porque así «se menea España», como si fuera un árbol. Pues que ande con cuidado si se pone debajo, no sea que le caigan melones en vez de butifarras. Siguiendo con esto de las pelotas, otro que anda por ahí es el Rey de los recogepelotas, el inefable Conde de Godó… ¿Cómo no va a sonreír el «president» con estos héroes sentados a su mesa, ofreciéndole como libación el «santo Grial» colmado de buen cava?

Hay quien dice que mejor sería llamarle «César». Pues vale, y entonces, si le llamamos Nerón, su sonrisa podría originarse en la satisfacción que le produce ver desde su terraza de palacio cómo se quema España a sus pies, mientras Ada Colau toca desmayadamente el arpa y Guardiola le abanica con delicadeza de «seny», con toda su Corte Redonda aplaudiendo el espectáculo.

Las malas lenguas -que siempre las hay- achacan el rictus inquietante del rey Arturo al enorme placer que le produce el tintineo dorado de sus alforjas, que escucha de vez en cuando en su cubículo secreto, a la vez que con cara de «Gollum» susurra de modo desasosegante eso de «¡Mi… teshooorooo!».

Lo que está claro es que la misteriosa sonrisa se le ilumina con refulgentes esplendores cuando Felipe VI le habla en catalán mientras le hace de chófer, y también cuando burlonamente se mofa con ella de la estupidez de un Gobierno que le concede un chorro de miles de millones para que él los gaste abriendo embajadas que propaguen por el mundo el pancatalanismo, haciendo políticas de inmersión lingüística donde se penaliza el castellano, lavando el cerebro de los escolares con la ponzoña destilada por los indepes, o subvencionando una «caverna mediática» repleta de correveidiles y voces-de-su-amo.

Sin embargo, en mi opinión, la verdadera razón para explicar la sonrisa del Mas-ía hay que buscarla en que con ella quiere alcanzar la inmortalidad, pues es plenamente consciente que una sonrisa así le asegura -a través del arte- un lugar privilegiado en la apoteosis final del catalanismo. Así, por ejemplo, la legendaria fama de la Esfinge de Gizeh se debe al extraño rictus sonreidor que muestra, y lo mismo cabe decir de la sonrisa más famosa de la historia, la que muestra «la Gioconda».

Me atrevería a decir que lo que el rey Arturo desea Mas es justamente encontrar al Leonardo que dibuje su sonrisa en esfumato, con un fondo de esteladas y urnas, que sobresalgan en la España que arde detrás de montes verdiazules.

Junto con la Gioconda, otra sonrisa celebérrima es la etrusca, ya que esta cultura solía representar funerariamente a sus fallecidos reclinados sobre un codo, y luciendo una impenetrable sonrisa en un rostro con ojos achinados. Tales ojos y tal sonrisa mostraría el cenotafio del rey Arturo -emplazado en la cripta de Montserrat, por supuesto-, tocado con barretina, que tendría un almogavarito en cada una de sus esquinas, y abajo escenas de la vida real: pitadas, banderoladas, reuniones de la Mesa redonda, etc….

Como epitafio a tan ilustre rey, servirían plenamente los versos de Vicenzo Cardelli, quien escribió: «Qui rise l’etrusco, un giorno, coricato, cogli occhi a fior de terra, guardando la marina…» («Aquí sonrió el etrusco, un día, reclinado, con ojos a flor de tierra, contemplando la orilla del mar»). Pues bien, o, para decirlo en catalán, aunque suene borreguil: «Be».

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