Mariano Rajoy y sus ministros no pueden dejarse llevar por los cantos del consenso cuando la oposición no ofrece alternativas mejores
LA mayoría opositora del Congreso de los Diputados ya ha mandado tres mensajes al Gobierno con su voluntad de desmantelar el plan reformista de la legislatura 2011-2015.
Por el momento, han sido proposiciones no de ley que instan al Ejecutivo a derogar la ley orgánica para la mejora de la calidad de la enseñanza, la ley orgánica de protección de la seguridad ciudadana y la reforma laboral.
Un Gobierno en minoría está obligado a ser realista y tener capacidad de adaptación al terreno que le van poniendo los grupos de la oposición, pero todo tiene límites. Esta no debe ser la legislatura en la que se deje a cero el paquete de reformas que sacó a España de la crisis.
Además, Mariano Rajoy y sus ministros no pueden dejarse llevar por los cantos del consenso cuando la oposición no ofrece alternativas mejores. El PSOE no lo tiene fácil para ofrecer estas soluciones porque la historia juega en su contra en materia de empleo, de educación y de seguridad ciudadana.
Los socialistas han de ser capaces de presentar propuestas bien fundadas para ser tenidas en cuenta como algo más que un simple afán de deshacer el camino andado.
Todo es mejorable, sobre todo cuando un Gobierno tiene enfrente interlocutores sensatos, pero a Rajoy se le está pidiendo que él mismo, que ha ganado dos elecciones generales consecutivas con esas y otras reformas legales, sea quien lleve a cabo la demolición de su trabajo político.
Sería deseable que esta presión antilegislativa del PSOE fuera una operación de imagen para contener internamente a Pedro Sánchez y preparar el próximo Congreso socialista con un balance de oposición agresiva.
Pero, si realmente el socialismo busca otra cosa, Rajoy queda emplazado a defender con firmeza aquello por lo que fue votado.
