No debemos nada a ETA, pero ETA nos debe todo y hay que exigírselo en nombre de unas víctimas que fueron obligadas a serlo por culpa de un furor nacionalista asesino
ETA ha anunciado a través de uno de los detenidos en la última operación policial en suelo francés que antes del 8 de abril de 2017 habrá realizado un desarme total.
No hay que engañarse. No es un gesto unilateral de buena voluntad, es la consecuencia de su derrota.
Es su rendición, y como tal debe ser tratada por el Gobierno. Se desarmen o no, su derrota es absoluta y los Estados de Derecho, sea España o Francia, no sólo no tienen motivos para dar treguas o tiempos muertos a ETA para que se rinda con honor, sino que su obligación es seguir golpeando a la banda hasta que de ella no quede más que la victoria de la Justicia.
Si por matar no se claudicó ante ETA, por dejar de matar menos aún. Nada se le debe a ETA ni a los terroristas presos por entregar lo que quede de su arsenal, porque, para llegar a este momento, los españoles han sufrido cientos de muertos. Su desarme es fruto de nuestra fortaleza, no de su generosidad.
Por eso, el Gobierno debe huir de los cantos de sirena de los buenistas del «proceso de paz».
Quedan pendientes la disolución absoluta, el esclarecimiento de cientos de asesinatos, la depuración de responsabilidades judiciales, la satisfacción de indemnizaciones y una petición inequívoca e incondicional de perdón.
No hay que renunciar a estas exigencias. Tampoco a que los presos condenados cumplan sus condenas y sólo obtengan beneficios penitenciarios cuando se dén las condiciones de repudiar la violencia y colaborar con la Justicia.
No debemos nada a ETA, pero ETA nos debe todo y hay que exigírselo en nombre de unas víctimas que fueron obligadas a serlo por culpa de un furor nacionalista asesino, cultivado en una sociedad que miró a otro lado cuando sonaban los tiros en las nucas.