Editorial de 'El Mundo'

Independenstiatas catalanes: Y al fracaso se sumó el deshonor

Independenstiatas catalanes: Y al fracaso se sumó el deshonor
Junqueras, Llach, Forcadell y Romeva. CT

Incluso el cinismo de los peores demagogos debería tener un límite. Debería limitar al menos con la fe de sus seguidores más fanatizados, aquellos que creyeron a pies juntillas en la posibilidad real de la secesión y en su promesa de prosperidad. Pero en la estofa política de Carme Forcadell no se atisba ese límite.

Su hipocresía es tan ancha que en ella cabe la arenga callejera contra las instituciones democráticas y el susurro exculpatorio ante el juez del Supremo.

«La declaración de independencia fue un acto simbólico», trató de justificarse la misma que instó a Mas a poner las urnas de un referéndum ilegal; la misma que convirtió la Diada en la coreografía de una exclusión en marcha; la misma que alentó siempre el odio a una España que desconoce.

Lo cierto es que este 9 de noviembre de 2017 se apresuró, tan pronto como escuchó la petición fiscal de prisión, a plegarse a la ley, a acatar la aplicación del artículo 155 y a abandonar la política o renunciar «a cualquier actuación fuera del marco constitucional».

Así lo hizo la líder del movimiento insurreccional, la misma que prometió que nunca daría «ni un paso atrás». No cabe mayor demostración de indignidad: cae el telón de una gran mentira.

Y mientras ella, aconsejada por sus abogados, cantaba la palinodia en el banquillo para evitar pisar la cárcel donde hace días duermen los consejeros que no quisieron declarar, en Bruselas el iluminado jefe de un ejecutivo imaginario se empeña en presentarse como cabeza de una Generalitat en el exilio cuya interlocución nadie acepta en Europa.

Ni el cinismo ni la cobardía ni la pérdida del sentido de la realidad constituyen atenuantes en el caso que se juzga. No ha pasado ni pasará el tiempo suficiente para que este país olvide que ni la quiebra constitucional, ni la fractura social, ni el éxodo empresarial, ni la persecución política, ni el matonismo sindical revisten carácter simbólico.

No: han sucedido de verdad. Siguen ocurriendo. Y tienen responsables. El auto del juez Pablo Llarena marca el camino que deberá seguir Oriol Junqueras: el del sometimiento a la Constitución.

Cuando lo haga, habrá que preguntarse qué explicación dará a sus electores y cuál será su próximo e imposible programa para el 21-D.

La resolución judicial es asimismo una pésima noticia para el Govern en prisión porque respalda la posición de la Fiscalía de acusarlo del gravísimo delito de rebelión. La ley prevalecerá.

Aquí no se dirimen hechos simbólicos, expresiones sentimentales ni debates ideológicos. Aquí se dirime la responsabilidad penal y el riesgo de reiteración delictiva de unos políticos que se sirvieron de su posición de fuerza para pisotear la ley y a aquellos a quienes la ley protege, y que ni siquiera han sabido sostener su insensata posición con un mínimo de coraje. Al fracaso acaban de añadir el deshonor.

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