EL Gobierno de Pedro Sánchez empieza a parecerse al de Rodríguez Zapatero en sus mensajes sobre Cataluña.
Sánchez incurre en el mismo peligroso error de creer que el independentismo catalán es una reacción comprensible a lo poco y mal que el resto de España entiende a Cataluña.
Y para eso ha llegado el adanismo socialista a La Moncloa, para que quede claro que el problema separatista es culpa del Partido Popular.
La propaganda puede funcionar porque los populares estarán unas semanas enfrascados en su debate interno, pero la opinión pública no debería caer otra vez en la misma trampa de la supuesta «normalidad».
No habrá normalidad si el Gobierno de Sánchez retira, como el presidente anunció ayer en París, los recursos de inconstitucionalidad contra leyes aprobadas por el Parlamento catalán.
¿Hará lo mismo con leyes extremeñas, madrileñas o valencianas? ¿O hay que ser independentista, insultar al Rey, incumplir la Constitución, desobedecer a los tribunales y, además, ser un acreditado xenófobo supremacista para que el Gobierno socialista de turno obsequie con un trato privilegiado?
Todo esto ya pasó. En 2003 los socialistas gobernaron en Cataluña de la mano de los separatistas de ERC y en cuanto llegaron a La Moncloa en 2004 derogaron el delito de convocatoria ilegal de referéndum, retiraron recursos contra leyes catalanas y propiciaron un Estatuto confederal que fue anulado en sus aspectos esenciales por un Tribunal Constitucional de mayoría progresista.
Ahora, los errores del Gobierno de Pedro Sánchez no son disculpables, porque, con la experiencia acumulada y la gravedad de lo sucedido en los últimos meses, ya sabe a qué conduce el apaciguamiento imposible con los separatistas. Sánchez no propone normalidad, sino derrotismo.
