ANÁLISIS

Pedro Sánchez pasa de llamar a los inmigrantes para que vengan a España, a expulsarlos ‘en caliente’

La expulsión a Marruecos a los 116 que asaltaron Ceuta con violencia, pone de manifiesto la demagogia previa del presidente socialista

Pedro Sánchez pasa de llamar a los inmigrantes para que vengan a España, a expulsarlos 'en caliente'
El socialista Pedro Sánchez se ha mostrado dispuesto a dar permiso de residencia y de trabajo todos los inmigrantes en situación irregular. EP

Es de coña y basta imaginar lo que estarían gritando a estas horas LaSexta, TVE, Podemos y decenas de tertulianos, si algo así lo hubieran hecho los pardillos del PP. Pero España y los españoles son así (Botellas con cal, ácido, martillos y cizallas: el arsenal de los inmigrantes que asaltan Ceuta).

El Gobierno socialista repatrió a Marruecos, este 23 de agosto de 2018, y en menos de 24 horas a los 116 inmigrantes que, en la víspera, habían asaltado de manera violenta la valla de Ceuta, dejando un reguero de heridos en la Guardia Civil y protagonizando escenas de agresividad extrema que han soliviantado, con razón, a los casi indefensos Cuerpos de Seguridad (La Asociación Independiente de la Guardia Civil demanda a los inmigrantes que atacaron con cal y acido a los agentes de Ceuta).

Se utilice el tecnicismo que se utilice, en este caso un acuerdo de 1992 con el país vecino que teóricamente permite depositar en él a todas las personas que lleguen desde allí a España de manera ilegal, estamos ante un caso de «devolución en caliente» cuya única diferencia con otros es que el Ejecutivo la quiere llamar de otra manera y que la respuesta social ha sido inexistente.

Sobre este mecanismo de expulsión, estigmatizado por la misma izquierda que ahora lo aplica, sólo cabe decir que es imprescindible para contener la presión migratoria en la frontera de quienes, sin proceder de lugares en guerra ni huir de epidemia alguna, simplemente quieren acceder a Europa.

Hacerlo con las debidas garantías y evitar que se aplique a auténticos refugiados es fundamental, sin duda, pero no todos los migrantes pertenecen a esa categoría, como prueban las imágenes de los asaltos por Ceuta y Melilla: suele tratarse de jóvenes subsaharianos sanos y fuertes, con la condición física y la edad precisa para sacar adelante a sus propios países y no para abandonarlos a su suerte.

El problema no es, pues, que Pedro Sánchez se sirva ahora de las «expulsiones en caliente», sino que previamente las criticara con dureza y se negara, aún más, a entender que el fenómeno migratorio no puede ser gestionado con afán propagandístico como él hizo, multiplicando sus efectos negativos y escondiendo los positivos que sin duda tiene.

En poco más de un mes, tras provocar una estampida por tierra y mar, el presidente del Gobierno ha pasado de recibir al Aquarius casi con honores de Estado, concediendo papeles a todos sus tripulantes; a expulsarlos en menos de un día sin permitirles defensa legal ni darles alternativa.

Hace un mes, Casado y Rivera eran racistas; ¿ahora se merece el Gobierno ese calificativo?

Lo único que ha variado con respecto a otras escenas similares es que la firma es de un ministro socialista y que la respuesta social ha sido bien diferente: ni las televisiones ni las entidades que tradicionalmente se rebelaban contra las devoluciones urgentes han tenido ahora la misma reacción, reservada en éste y en tantos otros casos a gobiernos de centro-derecha.

Con el estropicio ya generado, en forma de efecto llamada, a Sánchez no le queda más remedio que recular. Y lo hará con una comodidad que sus rivales políticos jamás tienen: por mucho menos, son tildados de radicales, xenófobos o ultraderechistas. Tres epítetos que, de aplicarse la misma vara de medir, se merecería ahora el Gobierno socialista aunque en realidad nunca se lo merezca nadie.

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