España, de carreteros y porqueros

España, de carreteros y porqueros

De las cosas que menos me gustan de España, esas que he combatido profesionalmente hasta el hartazgo, la ordinariez es la primera. La vulgaridad, la zafiedad. La mala educación. Hace ya muchos años percibí que los españoles nos habíamos decantado por la ordinariez, por la chabacanería; que ser recatados, discretos, educados, era visto como flojera, elitismo, clasismo. En vez de buscar la genialidad o la exquisitez hemos puesto la grosería en el centro de nuestras preferencias sociales.

No pretendo tener razón pero siempre he pensado en el nefasto papel educador de las masas sociales ejecutado por las televisiones, por La Televisión como organismo pluricelular parasitario que coloniza y vulgariza la idiosincrasia española. Series como Aida, Sin tetas no hay paraíso, Aquí no hay quien viva, Con el culo al aire y otras muchas que no recuerdo (por ejemplo aquella basada en historietas de matrimonios que solían tener la gracia en los insultos que se dirigían) han blanqueado un tipo de actitud que avalaba los desmanes más brutos que un ser humano podía concebir. Ustedes disculpen, he tenido que recurrir al señor Google para recordar.

Hemos puesto nuestras preferencias en la vulgaridad, en expresarnos como carreteros, en desenvolvernos como porqueros. La vecina (déjenme ser progre: “ vecino y vecina”) que habla a voz en grito con su marido, ambos en el balcón de casa, sin importarle la propia privacidad y los tímpanos ajenos, el mozo pizpireto que ocupa dos asientos y te mira con desprecio, el vecino (o vecina) que taladra la pared como si quisiera hacerle confesar un asesinato, el viajero habitual del bus urbano que lleva tres semanas sin afeitarse y sin cambiarse la camisa a cuadros, los salvajes de la terraza del bar que ríen explosivamente para hacer temblar las tres o cuatro manzanas más próximas, el camarero que te sirve después de haberse mordido las uñas, el paciente que insulta a una enfermera, el padre que amenaza a una maestra, la vecina del piso de arriba que se pasa el día clavando con perfidia e insistencia los tacones en la escalera, el vecino de más arriba aún que enguarrindonga el ascensor al subir y al bajar forman parte de la España que no hemos conseguido derrotar, de esa España camaleónica que para no desaparecer se adapta a cualquier circunstancia y hoy se disfraza de moderna, informal y amigable.

No, no hablo de la España marginal o asocial, simplemente hablo de España. Esa es la pena.

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Pedro de Hoyos

Escribir me permite disfrutar más y mejor de la vida, conocerme mejor y esforzarme en entender el mundo y a sus habitantes... porque ya os digo que de eso me gusta escribir: de la vida y de los que la viven.

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