España incívica y la policía

España incívica y la policía

A  la paz de Dios, señoras y señores. Aquí me tienen otra vez acompañándoles desde la radio cercana, intentando animarles y animarme en estos tiempos de crisis, convulsión y… y crisis. De coronavirus y crisis. De crisis y crisis. Intentando resistir, ayudándoles a resistir… si son ustedes tan amables como para aguantar mi cháchara aguardentosa.

Esto de las crisis levanta en nosotros lo mejor y lo peor. Somos un pueblo capaz de descubrir un continente y de no conocer nuestro propio país. Somos capaces de vencer a invasores que habían conquistado Europa y somos capaces de perder todas las guerras civiles que se nos planteen por delante. Ya, sí, las guerras civiles se pierden todas. Siempre.

Esta, la del coronavirus, no es una guerra civil (a no ser que nos empeñáramos en ello, que seríamos capaces, si nos lo propusiéramos) así que la ganaremos a pesar de unos y otros. Puestos a ganar yo ya llevo ganado un kilo, y eso que he decidido renunciar al ascensor cada vez que tengo que acompañar a mi bien amado Zoilo al parque. Y aún nos quedan por delante varias semanas. Muchas y muy largas.

Somos una sociedad débil, blandita y acomodada que no sabe renunciar a sus mezquindades cotidianas en pro del bien común, como demuestran todos esos brutos, analfabetos, incívicos e iletrados ciudadanos que salen a la calle porque sí. Y aún no ha llegado el buen tiempo, cuando la primavera huela a primavera y el sol caliente como el sol calienta. Y querremos todos echarnos a la orilla del río, a las terrazas que no habrá y a visitar el pueblo que tantas veces hemos estado a punto de visitar pero que, ay, es justamente ahora cuando se nos pone entre ceja y ceja que debemos visitar, armados de bocata de caballa y bebida refrescante y tonificante. Que la policía haya tenido que reducir a los más brutos del lugar, de muchos lugares, ponerles los grilletes y trasladarles a comisaría indica que hay mucho asilvestrado que piensa que sabe más que el gobierno. Bueno, no, esperen, no, más que el gobierno sabe cualquiera, ustedes me perdonen. Rectifico: hay mucho asilvestrado que cree que sabe de sanidad más que los técnicos de sanidad. Lógico en un país que sabe de fútbol más que cualquier profesional con cuarenta años de experiencia a la espalda.

La cosa esta de los balcones, los balcones de un tipo y los de otro, los del aplauso infantil y los de la cacerolada cerril, me traen al pairo. Nunca tuve la más mínima simpatía por estos  movimientos de masas, generalizados, populares, inanes e incoloros e insípidos;  me producen alergia, me parecen que están destinados a almas candorosas, tiernas, inacabadas, inexpertas, inseguras de sí mismas, para las que un minuto de éxito en las redes sociales o en el patio de vecinos vale una eternidad. Ahora valen las actitudes colectivas, sí, pero de las de arrimar el hombro, no las de exhibirse cantando jotas al viento de los últimos anocheceres invernales. Y sobran las actitudes individuales e incívicas. Las de esos excursionistas de antes.

Y me voy, señores. (sí, bueno, “y señoras” pero es una redundancia). Me voy a pasar un rato asomado a la ventana, viendo la vaciedad de mi calle envuelta en la nada, a ver si así consigo adelgazar ese kilo. Para entretenerme me voy a preparar una excelente bebida, un cóctel ligero, que descubrí hace tiempo y que me encanta, se llama Garibaldi y no les cuento a ustedes cómo se prepara porque no quiero aburrirles, no quiero meter la pata y siempre tienen a míster google para que le cuente éste y otros misterios de la vida. Es largo de preparar y largo de beber, algo adecuado en estos tiempos de exceso de tiempo. Lo acompañaré con unas cositas muy ricas y contradictorias con mi, escasa, voluntad de perder ese kilo que he ganado esta semana. Y los que he ganado a lo  largo del duro invierno estepario.

Me encantaría sentirles de nuevo la semana que viene, ahí detrás, al lado de la radio, al lado de Onda Cero. Pero para ello tienen que serme sensatos y no salir al fútbol, a las manifestaciones o a los mítines políticos. Es decir, todo lo contrario de lo que nos animaban a hacer hace diez días. O quince. Esto de los diez o quince días es una alusión que les desvelaré la semana que viene. O no.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Pedro de Hoyos

Escribir me permite disfrutar más y mejor de la vida, conocerme mejor y esforzarme en entender el mundo y a sus habitantes... porque ya os digo que de eso me gusta escribir: de la vida y de los que la viven.

Lo más leído