Rociito de España (Y esta España nuestra)

Lo malo de programas como el del otro día sobre Rocío Carrasco es que te enteras aunque no quieras. Bueno, eso no es lo peor, lo peor se lo cuento luego. Pero te enteras aunque tengas tele solo para acompañarte la siesta. Te enteras porque no se habla de otra cosa. El pueblo que antes hablaba de pan y circo habla ahora de tiparracos de tres al cuarto. Vísceras y circo quiero decir. Un circo sanguinolento que ocupa paseos, sobremesas y conversaciones en el autobús de gentecilla inmisericorde, gentecilla de neurona vacante. La vulgarización de la sociedad es tal que todo el machaque mediático que otras épocas aguantábamos con los puñetazos de Pedro Carrasco ahora lo aguantamos de la torpe boca de su hija, de esa cadena de televisión que usted sabe y de los miles de repetidores que a la mañana siguiente, a la tarde siguiente repiquetean sus palabras desde todos los campanarios sociales.

Les confieso que estoy escribiendo un desahogo, les confieso que esta España perruna, miserable, zafia, sanchopancesca, bruta, cafre, necrófaga, me tiene hasta las guirnaldas inguinales. Necesitan miseria para sobrevivir, es su dosis de entontonamientina para aguantar brutamente hasta la semana que viene. Hemos convertido la existencia en un hazmerreír de zafiedades intrascendentes que rellenan la vida de algunas capas sociales. Iba a decir “clases sociales” pero se lo pondría muy fácil a los defensores de esa España perruna y sanchopancesca.

Podría quedarse ahí la influencia barriobajera de estos programas coloniales (de colon, no de colono), pero no: marcan el camino descendente a la repugnancia de una sociedad decadente, que consume intimidades inconfesables como se consume una de rabas con cerveza en la tasca de la esquina. Vivimos insertos en una sociedad mísera que prefiere esconder su cabeza en las hediondeces de la vida pública… de la vida publicada, en vez de atender a la vida propia, a nuestras limitaciones, nuestras taras y nuestras catástrofes personales. Preferimos inhalar la putrefacción de las miserias ajenas y desatender la hecatombe social, política y económica que estamos viviendo; preferimos respirar la inmundicia de seres marginales, brutos e insignificantes a prestar atención a las decisiones que ahora mismo están tomando en nuestro nombre quienes deciden nuestras vidas. Luego cargaremos contra ellos y maldeciremos la votación aquella, el decreto aquel o las prohibiciones de más allá. Créanme que nos lo merecemos por analfabetos, por intrascendentes y por carroñeros.

Decía que lo peor de esos programas no es verlos, ni siquiera saber que hay gente, vecinos nuestros, conciudadanos nuestros, con nuestros mismos derechos, que se alimentan de eso, que anhelan ya el siguiente capítulo de excrementos. No, lo peor es que esos programas marcan la evolución de la sociedad. La banalización social, el tododaigualismo, la ruindad moral, la ordinariez, la zafiedad, la brutalidad cultural dominan, controlan y dirigen a unas generaciones que creen que todo vale, que los valores que importan son los que aparecen en esos programas. Y luego se comportan así en su día a día, cuando van al insti, a la uni o al curro, cuando hacen la cola del pescao o cuando llegan una hora tarde al restaurante y se creen con derecho a bromear con el  camarero y los comensales, e incluso faltan al respeto a la anciana que pretendía llegar con prisas al cuarto de baño. Créanme, son generaciones-miseria.

Creemos, muchos creen, que la sonrisa postiza, el maquillaje y los tacones de quince centímetros, o las altas voces, los juramentos en hebreo o las risotadas vergonzosas, son desinhibición y naturalidad, cuando en realidad son muestra bochornosa de decrepitud, de retroceso cultural, de vulgaridad y ordinariez que se ha impuesto como modo habitual de comportamiento social. Llevamos treinta o cuarenta años soportando programas insoportables, tolerando programas intolerables y creemos que no dejan huella. Pero basta salir a la acera y mirar con intención, basta sentarte en una terraza y ver que somos el fruto de muchas rociitos que pasan por nuestras pantallas, por nuestras redes sociales, que somos el fruto insignificante de muchas conversaciones de casquería de barrio marginal. La sociedad de todo a cien triunfará por el desestimiento y la dejación de quienes ante el poder de la barbarie nos encogemos de hombros y decimos que ya hemos librado demasiadas batallas.

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Pedro de Hoyos

Escribir me permite disfrutar más y mejor de la vida, conocerme mejor y esforzarme en entender el mundo y a sus habitantes... porque ya os digo que de eso me gusta escribir: de la vida y de los que la viven.

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