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Víctimas y verdugos

Alfonso Basallo, Martes, 21 de junio 2005
Si hay algo por lo que, de verdad, merece la pena salir a la calle y manifestarse es en defensa de la civilización, cuyo cimiento, el matrimonio, está amenazado por una ley injusta e irresponsable.

Repito: la civilización, amenazada. Paren máquinas, ábrase un debate, póngase patas arriba el Estado; suspéndase toda otra actividad -por urgente que parezca- hasta que esto no esté resuelto. Todo menos seguir como si tal cosa, a piñón fijo, como si aquí no hubiera pasado nada.

Algunos alegaban estos días que la ley Zapatero no perjudica al matrimonio heterosexual (¡que fatiga tener que poner adjetivos para defender lo evidente!). Y que los heteros no tenemos motivo para inquietarnos o para protestar. Falso. No nos manifestaríamos si a las uniones homosexuales se les diera otro nombre. Nos manifestamos porque, a partir de ahora, matrimonio significará, además, la unión de dos personas del mismo sexo. Lo cual es una triple mentira: biológica, jurídica y antropológica.

Ni siquiera los antiguos romanos -aquellas sí que eran orgías y no las de Chueca- se atrevieron a dar un paso como el de Zapatero: tuvieron siempre la elemental cautela de distinguir las prácticas homosexuales del matrimonio, conscientes de que éste era intocable: nada menos que el pilar básico de todo el tinglado.

Es obvio que los activistas gays no quieren casarse. Se lo prohibe su religión, compuesta de un precepto esencial: Sé promiscuo. ¿Qué buscan entonces con esta legislación? Muy sencillo, deteriorar el verdadero matrimonio y ampliar así el floreciente negocio gay. Los, cada vez más poderosos, lobbies rosa saben que el matrimonio estable y monógamo es el principal obstáculo para su mercado -que abarca no sólo la industria del sexo, sino también el turismo, el ocio, la decoración o la moda-. Cuanto más debilitado esté el matrimonio, cuantos menos matrimoniostradicionales haya, más mercado, poder e influencia tendrá el emporio gay.

Pero, por paradójico que parezca, las otras víctimas de esta ley son los propios homosexuales. No levantan cabeza. Durante siglos han sido unos parias sociales, sufriendo la más brutal de las incomprensiones. Y ahora se les hace el peor de los favores, con una legislación demagógica, que no sólo no resuelve su problema, sino que lo agrava. Como señala un ex gay norteamericano, Richard Cohen, en su libro Comprender y sanar la homosexualidad, esas personas sólo tienen dos alternativas: o la autodestrucción o la reconstrucción. A la primera se llega por la vía rápida a través de un mercado sediento de hacer caja. Para reconstruir, es precisa una lenta terapia emocional y afectiva.

Unos gobernantes sin escrúpulos se han aprovechado del dolor y de la compleja deriva de los homosexuales, alimentando ese tobogán de autodestrucción con la nueva ley.

A cambio de un puñado de votos -lo único que les interesa- han explotado irresponsablemente a un colectivo, exhibiéndolo como carne de cañón, y utilizándolo como ariete demagógico para echar abajo el matrimonio.

Una bonita faena. Se han reído de todos, de los homosexuales y los matrimonios, y han minado los cimientos de la civilización.

Con el corazón en la mano, ¿creen ustedes que una ley así, inédita e inaudita en la Historia de la Humanidad, merece ser obedecida?

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